No soy responsable de la cara que tengo, pero sí de la que pongo
En mi nuevo libro Por qué agradezco que seas el maestro de mi hijo (Desclée de Brouwer), la madre que, siguiendo un particular ejercicio de estilo literario y representando a la familia toda, metafóricamente escribe el libro, se siente agradecida por la cara del maestro, porque en ella su hijo puede ver reflejado lo mejor de sí mismo.
El salmista clama a los cuatro vientos: «¡Señor, no me escondas tu rostro!» (Salmo 101), consciente de todo lo que representa y revela nuestra cara.
La cara es el espejo del alma. Por eso, el «desalmado» se hace visible en su rostro. A cada estado de ánimo, a cada ego o personaje, a cada emoción, a cada actitud e incluso a cada valor humano, le corresponde una cara.
Lo visible de nuestros cuerpos más sutiles se precipita para hacerse perceptible en nuestra cara.
Suelo decir a los maestros y maestras que «su cara» es el primer texto que los alumnos leen cada mañana.
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Maestro. Formador. Escritor
Autor de “Dos minutos”