Un Cristo embarrado, no tenemos otra respuesta

Un Cristo embarrado, no tenemos otra respuesta

¿Dónde está Dios? La pregunta se hace inevitable en el Job de toda la historia de lo humano, un Job que todos llevamos dentro junto a nuestra fe. Entre los restos y residuos de la DANA en Valencia hemos visto la imagen de un Jesús crucificado embarrado en su rostro y cuerpo, se ha hecho viral con oraciones alusivas a la desgracia y al dolor, buscando el sentido cristiano. Una imagen que a los creyentes nos hace volver sobre el fundamento de nuestra fe para agarrarnos a la clave del crucificado que en su vulnerabilidad se hace sentido y esperanza de los dolientes de toda la historia de la humanidad.

Jesús fue más experto en fracasos que en éxito a la vista del mundo. Comenzó en el pesebre y acabó en la cruz. Experimentó la persecución, la indiferencia, el rechazo, la soledad. Lo sintió ante los poderes políticos y religiosos, ante los lejanos y los cercanos, de su propia familia. También sintió los momentos de alegría, comunidad, gozo, comida compartida. Pero el balance general leído desde la cruz como nos dice san Pablo, necedad para los griegos y locura para los judíos. Y, sin embargo, fuerza de Dios y salvación para todos los que creen en él.

El misterio permanente de la pasión, muerte y resurrección. La referencia kenótica y única para entender la salvación, la fuerza de Dios se realiza en la debilidad. El pueblo de Jesús no cree que, en uno de los suyos, tan cercano, tan vulnerable como ellos, pueda realizarse la salvación, se puedan dar milagros. Solo su ternura compasiva es capaz de arrancar alguna sanación entre los que sufren. El pueblo como tal en su forma de pensar, sentir, actuar, en sus estructuras y costumbres no se abren a la novedad de la fuerza del amor y la comunidad por encima de las diferencias y frente al sufrimiento.

La vulnerabilidad leída desde la cultura del éxito es perdición, fracaso, limitación. Por eso se oculta, se disfraza, se rechaza. Pero cuando es mirada con los ojos de Dios, desde la compasión, la misericordia, el amor, el cuidado mutuo, entonces se convierte en lugar de gracia y de salvación para todos. La verdad de la fecundidad se llega a aceptar de corazón cuando reconocemos que todos somos vulnerables, que todos necesitamos de todos, que la naturaleza es nuestra hermana, que Dios creador es nuestro padre generoso, que la historia tiene sentido y que la dirección está en el amor absoluto al que nos dirigimos, que el verdadero éxito es universal, para todos sin exclusión. Para llegar a ese éxito hay que estar dispuesto a perder, entregar la vida, iniciarse en la dinámica para no querer ser más que el Maestro que ha venido a servir y no ser servido.

Cuando el ser humano descubre la verdad del amor y del servicio, de la entrega y de la comunidad entonces, solo entonces, comienza a ganar en la vida, el tesoro que ni la polilla ni la carcoma pueden corroer, el tesoro de un corazón enamorado que sabe sacar vida de la muerte. No hay mayor poder que saber hacer del sufrimiento mayor, del martirio del inocente, el estandarte de la fuerza y la salvación para todos. Así lo ha hecho el Padre con su hijo Jesucristo por la fuerza del Espíritu. Espíritu Santo que nos ha sido dado para que ningún fracaso pueda acabar con nuestra esperanza y nuestra alegría.

La Iglesia nos decía el teólogo Rahner ha sido y es cosa de pocos para muchos. Cuando el éxito se come el sentido de la fuerza que se realiza en la debilidad, entonces caminamos por sendas que no son del Evangelio. El objetivo de la iglesia no es vencer y ganar, sino llegar a todos los fracasados de la historia para servirles y que puedan sentir que Dios está con ellos. La grandeza no ha de estar en la institución sino en el servicio gratuito que realiza calladamente en lo pequeño y en lo frágil. La universalidad sí es clave teológica y eclesiológica, la cantidad, el número no lo es. Ojalá sepamos vivir los fracasos desde la fecundidad, aunque a veces nos dé la sensación de que la voluntad del Padre no coincide con la nuestra. Ahora nos toca abrazarnos al Jesús Nazareno embarrado, caído en el lodo, y acogerlo como camino de salvación y fraternidad universal, él es nuestro símbolo y nuestra señal para hoy en esta catástrofe. Solo nos hace falta una Iglesia embarrada y enlodada que se hace lugar de fraternidad y de servicio, ahora es el momento de lavar pies dolidos y de ungir los cuerpos con perfumes de consuelo y de esperanza.