«Esa pobre viuda ha echado más que nadie»

«Esa pobre viuda ha echado más que nadie»

Lectura del Evangelio según san Marcos (12, 38-44)

En aquel tiempo en su enseñanza Jesús decía también:

– Tengan cuidado con los maestros de la ley, a quienes les gusta pasearse lujosamente vestidos y ser saludados por la calle. Buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes. Estos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.

Jesús estaba sentado frente a las arcas del templo, y observaba cómo la gente iba echando dinero en ellas. Mucha gente rica depositaba en cantidad. Pero llegó una viuda pobre, que echó dos monedas de muy poco valor. Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo:

– Les aseguro que esa viuda pobre ha echado en las arcas más que las demás personas, pues han echado de lo que les sobraba, mientras que ella ha echado desde su pobreza todo lo que tenía para vivir.

Comentario

El pago de impuestos en el templo era algo exigido por la ley para un israelita y lo hacía de forma proporcional a sus ingresos. Con ello los fieles reconocían la importancia de Dios a quien se le ofrece y servían para el mantenimiento del templo y de algunos sacerdotes, que no vivían nada mal según los detalles que nos dan las excavaciones arqueológicas de sus viviendas: suntuosas, al estilo grecorromano, con peristilos, mosaicos, estanques….

El movimiento de dinero en el templo era muy, pero que muy importante, sobre todo en las épocas de peregrinaciones.

Las enormes riquezas depositadas en el Arca, la ostentosa ofrenda de los ricos, el ambiente de esplendor y lujo casi inimaginables contrastan violentamente con la pobreza del pueblo sencillo y en concreto, con la ofrenda de la viuda. En el texto original son dos monedas de cobre del más ínfimo valor.

La escena que hemos leído se sitúa en el Templo de Jerusalén, en el pórtico de Salomón y frente al Arca del Tesoro, donde la gente deposita las ofrenda en el «gazofilacio».

A Jesús le queda muy poco tiempo, los capítulos anteriores han estado llenos de debates y disputas. Él llega a desautorizar al poder y hoy larga una cruda y fuerte interpelación a la gente religiosa, a las cumplidoras de la ley y una enseñanza para sus discípulos.

Aparecen dos partes, que de todas formas están unidas. Por una parte, denuncia la hipocresía de los representantes religiosos, denuncia la utilización de la religión para explotar a la gente empobrecida dándoselas de mediadores necesarios delante Dios.

El trocito de la viuda, que pone la limosna, es una escena espectacular del Evangelio de Marcos, Jesús nos enseña a mirar la vida desde otra perspectiva, desde los empobrecidos y empobrecidas. El cepillo o gazofilacio del templo es un embudo de metal grande, que permitía tirar el dinero a cierta distancia, cuando las monedas caían se oye el ruido… ¿Qué ruido podían hacer los dos céntimos de la viuda ante la prepotencia sonora de mucho dinero arrojado por los ricos que llamaba la atención de todos los que estaban presentes?

Y Jesús estaba y observaba. Su mirada siempre distinta interesada, sobre todo, con la gente última: los niños y niñas, las prostitutas, a los publicanos, las viudas… siempre atento a las personas no consideradas, a las no importantes, a las que nadie se para a saludar por las calles.

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Y Jesús no solo está pendiente porque las considera personas pobres, marginadas y desvalidas, Jesús aprende de ellas y las pone como ejemplo. Para Jesús la viuda le produce compasión, se coloca en su lugar, padece con ella, sabe de su situación, «se ha puesto su calzado». Pero algo más, la viuda enseña, es ejemplo, es referente de verdadera práctica de la fe, de generosidad y confianza en Dios, no necesita guardar, confía en Dios a quien le entrega hasta «lo que necesita para su sustento», según traducción literal. Y ha dado más que el resto, dice Jesús, aunque sus monedas no hicieran sino un ridículo tintineo en el cono metálico, frente al sonoro de aquellos que iban a presumir de su generosidad.

Jesús mira el corazón y mira con el corazón, por encima de cualquier cosa, mira a la persona y nos invita a esa mirada. «Solo se ve con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos», nos dice ese precioso libro El Principito y Jesús es maestro de esa mirada, «cuando se capta alguna realidad con el corazón se la puede conocer mejor y más plenamente», nos dice el papa Francisco en la encíclica Dilexit nos (DN, 16).

Para tener esa mirada hace falta colocarnos desde Dios, es una contracultura, es observar la vida y la historia desde donde nadie mira, es mirar fuera de los cauces oficiales, es romper con los cánones estipulados… ponernos las gafas de Dios y estar cercano al pálpito de su corazón.

La mirada de Jesús para mirar el mundo obrero, el empobrecido, el que está fuera de los circuitos sindicales y políticos, el mundo obrero precario, el mundo obrero que no tiene trabajo porque no tiene vivienda y no tiene vivienda porque no tiene trabajo, el mundo obrero de mujeres que trabajan cuatro horas en un sitio y tienen que completarlo limpiando casa sin seguro, sin seguridad y sin futuro… mundo obrero con salarios en A, pero con horarios en B. Para ver como Jesús hay que estar encarnados y sentir con el mundo obrero.

Para tener la generosidad de la viuda es necesario la fe y la confianza absoluta en el Dios Padre Providente, del que siempre recibiremos el ciento por uno.

Para tener el estilo de los maestros de la ley solo necesitamos dejarnos llevar por el ambiente y es muy fácil llegar a la indiferencia y a esa mentalidad con respecto a la gente pobre: «Están ahí porque quieren, porque trabajo hay».

Hoy «más que nunca» necesitamos gafas contraculturales… para mirar como Jesús, y sentir como él. Para mirar el mundo obrero y sentir como él. O utilizando el lenguaje de la nueva encíclica del papa Francisco nos tenemos que preguntar «¿tengo corazón?» (DN, 23). Un corazón como el de Jesús.

 

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