«Tengo un sueño…»

«Tengo un sueño…»

“Vamos a fundar una nueva Congregación…”, son las palabras que muestran el sueño de Francisco Javier Butiñá, dirigidas a Bonifacia Rodríguez (ambos fundadores de la Congregación de Siervas de San José) al contemplar el Taller de la Calle Traviesa, donde se reunía con un grupo de mujeres. Allí intuyó las semillas de un mundo en cambio, mujeres fuertes, resilientes, pobres, buscadoras de Dios en medio de su trabajo.

Bonifacia aceptó la invitación a vivir el sueño, la utopía, lo conocía desde siempre, lo vivía, solo necesitó de un visionario que lo descubriera y le diera un nombre. Las palabras generan realidades. El carisma josefino brotó, solo esperaba el agua viva del Espíritu para aflorar desde las entrañas de un Dios que es Padre y Madre.

Han pasado 150 años desde aquel momento, aquel 10 de enero de 1874, en la ciudad de Salamanca España, ve la luz la Congregación Siervas de San José. Al igual que tú, Bonifacia, hemos crecido, sufrido, gozado, esperado… Nos reconocemos en nuestra humanidad, por las heridas generadas en la marcha de los años y las esperanzas fecundadas con fe, trabajo y amor. Seguimos creyendo y esperando.

Desde nuestros inicios hemos buscado ser fieles a ese primer sueño, no ha sido fácil, nos sabemos en proceso, somos perseverantes y así nos reconocemos.

Lo que voy relatando es simple, como la vida… quisiera hacerlo con sencillez y transparencia. Contiene una premisa, incluir a todas las personas que han hecho posible esta historia y compartir una visión, un camino que deseamos se extienda por otros largos años. Te invito a acompañarnos.

En el nacimiento de la Congregación de Siervas de San José, las primeras mujeres en asociarse son siete: Bonifacia Rodríguez, María de Castro (madre de Bonifacia), Adela Hernández, Francisca Corrales, María Santos, Teresa Pando y Ascensión Pacheco. Más tarde se les unirán otras que buscan ser religiosas, pero carecen de bienes materiales para entregar como dote y poder ingresar a otras congregaciones, así optan por las Siervas de San José, donde solo les piden lo que aportan con su trabajo. Así intuimos una manera peculiar y única de considerar a la persona en su totalidad, poco importan los bienes materiales, lo significativo es su persona.

Han pasado 150 años desde aquel momento,
aquel 10 de enero de 1874, en la ciudad de Salamanca, España,
ve la luz la Congregación de Siervas de San José

Demás está decir que, como todo inicio, cuesta, no se entiende, es algo contracultural. La Iglesia española del siglo XIX impulsa más las propuestas educativas, los sacerdotes que acompañan, desconocedores de la novedad que ofrece ese proyecto en torno a un taller, de lo que el Espíritu estaba suscitando como buena nueva en el mundo del trabajo para la mujer, generando relaciones de igualdad, reciprocidad, inclusión…

Butiñá, junto a sus hermanos de la compañía, es expulsado de Salamanca, y Bonifacia descubre con dolor cómo el proyecto de reino soñado con Butiñá está en peligro, surgen opciones y decisiones que alejan de la primera intuición y, siguiendo el impulso del Espíritu, se ve obligada a dejar también esa ciudad y buscar en Zamora, tierra que la recibe en su destierro, un lugar donde sigue haciendo germinar el proyecto soñado hasta el día de su muerte en el año 1905.

El padre Butiñá es enviado a Gerona, donde abre nuevos talleres, nuevas comunidades, a la espera de la unidad con sus queridas hijas.

Como todo sueño de Dios, con la fuerza del Espíritu, el proyecto se va abriendo camino en medio de circunstancias y situaciones no pensadas ni deseadas. Ambos nos dejan sus escritos demostrando que la distancia no les impide seguir creyendo en la utopía.

Hoy somos seguidoras de dos soñadores, todas formamos parte de esta historia, no existen argumentos ni razones para nuevos exilios. Formamos una familia con todas nuestras historias, con aciertos, silencios, logros y mucha donación gratuita, traducida en la búsqueda continúa por la fidelidad al proyecto inicial.

Al contemplar la rica historia descubrimos nuestras raíces entrelazadas, las múltiples promesas que nos ofrece el carisma josefino, rico en matices y posibilidades. Ir a los orígenes es descubrir que la congregación nació en el taller con otras mujeres. Hoy son hombres y mujeres con quienes compartimos el carisma como familia, un proyecto fundado en el querer de Dios para seguir construyendo reino.

¿Qué nos deparan los años venideros? Las respuestas fáciles no existen, nacimos para un mundo en cambio, desafiante, novedoso, el siglo XIX que vio nacer en España la vulnerabilidad del sistema político, la avalancha de nuevos descubrimientos, el cuestionamiento de las instituciones, el grito de los trabajadores por mejores condiciones laborales.

Hoy, las condiciones no son muy diferentes a las de aquel siglo, nos inquietan los reclamos de este mundo y las respuestas que podemos dar, en fidelidad creativa.

El proyecto soñado por nuestros fundadores no puede quedar arrinconado en un cajón, olvidado. Sabemos que albergamos un tesoro para ser compartido, con quién busque a Dios en medio de la sencillez de lo cotidiano y la vulnerabilidad. Seguimos creyendo en la Utopía primera y no queremos renunciar a ella.

A modo de pinceladas presentamos algunos aspectos del carisma que ayudan a vivir la vida de cada día, son “ventanas” por donde entra aire y luz, nos abren a lo que existe y lo que está aún por nacer.

La centralidad de la propuesta de los fundadores es el Taller, espacio teologal y privilegiado donde descubrir a Dios. Es una experiencia espiritual que hace posible hermanar oración y trabajo, es la forja donde crecen y se forman personas, desde relaciones de igualdad y sencillez, entre religiosas y laicas, al estilo de Nazaret.

Este camino espiritual lo ofrecemos a personas de nuestro tiempo, queremos invitar a compartir, viviendo como Pueblo de Dios al que se ha regalado el Espíritu Santo, haciendo vida el Bautismo que nos hace iguales en humanidad, experiencia por un Dios vulnerable, encarnado en Nazaret, al que los fundadores descubrieron en el día a día, y transformando la realidad en camino de santidad.

La industria cristiana es una respuesta, un modo de vida desde los valores cristianos que responden a los desafíos y oportunidades que presenta la realidad, está dirigido a mujeres, se busca preservar del peligro de perderse a las pobres que carecen de trabajo”. Se ofrece un lugar concreto para trabajar en óptimas condiciones, con infraestructura adecuada a la época, en condiciones de igualdad, siendo participes y dueñas de los medios de producción, en un espacio mancomunado, disfrutan las ganancias, sufren los desaciertos, comparten vida y misión.

Hoy sentimos el impulso a abrir la mirada a esta propuesta primigenia, es un desafío no concluido, nos abre a la posibilidad de aprender con otras personas a llevar adelante proyectos que visibilicen propuestas de dignificación de las personas y del trabajo, realidad que demanda diversidad, equidad, inclusión, valores presentes en el primer Taller, hoy exigencias mínimas de relaciones laborales.

Para entender a Jesús de Nazaret,
es centrarse en un Dios vulnerable, trabajador,
capaz de convertir el trabajo diario en una
alabanza, en una ofrenda, aún en medio
del cansancio e, incluso, la desesperanza

El futuro está aquí, con incertidumbre, en cambio permanente, pero también es oportunidad y desafío a reimaginar modos, estrategias que respondan a un mundo sediento de trabajo digno y estable. Hoy podríamos llamarlas economía solidaria, economía del bien común.

En el primer Taller, alternativa de trabajo y hogar, espacio afectivo protector de la vida, la base es el preservar, en otras palabras, es cuidar, dignificar. Es la plenitud de lo que hoy llamamos derechos humanos, es considerar a la persona como el centro de toda la actividad humana, sin centrarnos en su debilidad, o disminución por sexo, raza, creencias. Es descubrir un interlocutor validado por nuestra común humanidad, somos hombres y mujeres en búsqueda de una vida sencilla, con acceso a lo necesario, realizando la voluntad de Dios, vivir en plenitud.

Somos desafiados/as a traducir estos derechos en condiciones que posibiliten un desarrollo pleno de la persona, su dignificación, valorización de sus saberes, igualdad de oportunidades, compromiso y acompañamiento en el crecimiento. Es incorporar la perspectiva de género a toda nuestra acción, porque hemos descubierto que es camino de inclusión y equidad, incorpora a todos y todas, partiendo del más débil, posibilita que nadie quede al margen de poder vivir una vida plena.

Hermanar oración y trabajo, es sin duda el eje transversal, siempre presente en el proyecto josefino. Podemos asegurar que nunca se ausentó de documentos, tareas, obras…, por el contrario, fue una exigencia permanente en todas las presencias fundadas por las Siervas de San José. Es binomio indisoluble con la oración, es el rasgo identitario a través del cual nos reconocemos. Es mirarnos como hermanos y hermanas en el compromiso con la tarea compartida.

Es una clave espiritual para entender a Jesús en Nazaret, pasando de una experiencia personal a una realidad colectiva, es centrarse en un Dios vulnerable, trabajador, capaz de convertir el trabajo diario en una alabanza, en una ofrenda, aún en medio del cansancio e incluso la desesperanza. Creemos en un Dios experto en humanidad, que nos sigue impulsando al encuentro con hermanos y hermanas y nos insta al acompañamiento mutuo. Solo en comunidad podemos realizar el sueño de Dios, comunidad abierta a todos y todas.

Nazaret: hogar y taller es referente para el camino de ir haciendo vida el carisma josefino. Es la luz que guía el ser y hacer de las Siervas de San José y de todas las personas que se identifican con esta propuesta.

Es el lugar concreto donde Dios hecho hombre asume la condición humana y propone un modo, un estilo de ser persona, a través de sus opciones, de las relaciones, de pasar inadvertido y, al mismo tiempo, contiene toda la promesa de un Dios que hace causa común con la humanidad, transformando la vida cotidiana en una alabanza al Padre. La vida de cada día se transforma es una apuesta apasionada por dar sentido a la realidad, a la cotidianeidad, a la rutina, es la novedad de la consagración, compromiso y entrega al que todos y todas somos invitados.

Todo lo anterior encuentra sentido en la vocación común como familia carismática. Esto va más allá de un momento eclesial, de una obligación demandada por la realidad, este ser familia se entrelaza en los orígenes, con el grupo de mujeres reunido en torno a Bonifacia en su Casa-Taller. Se fundamenta en el Concilio Vaticano II, cuando nos habla de Pueblo de Dios consagrado desde la fe en Jesucristo. Toda persona bautizada es consagrada, optando por la vida religiosa o la vocación laical.

Hoy más que nunca necesitamos volver al primer momento, descubrir las semillas de novedad que ofrece en el seguimiento de Jesús en Nazaret en la vida de las primeras hermanas y las laicas, en sus opciones de igualdad, equidad e inclusividad.

El futuro tiene nuevos rostros, es la posibilidad de la consagración sin sesgos, es la radicalidad en el compromiso con un carisma que nos llena la vida, un carisma que nos buscó, nos encontró y hoy quiere seguir adelante, con todas y todos. Es nuestra decisión.