La jubilación
Esta época de la vida es un cambio importante para las personas. Normalmente se espera y se celebra. La palabra jubilación proviene del latín, de la palabra jubilare, con una influencia hebrea, que significa lanzar gritos de alegría. Es por ello por lo que, a veces, las personas nos refiramos a la jubilación como la edad dorada en la que vamos a encontrar la felicidad.
Nos podemos situar ante la jubilación de muchas maneras: Como una época de descanso, como quedarse libre de responsabilidades, como la ocasión para hacer lo que a uno le gusta, como el espacio para experimentar la libertad sin ninguna traba. En esta época una persona puede plantearse a fondo lo que ha querido ser siempre en la vida y no lo ha podido conseguir, porque se lo impedían las obligaciones; puede ser el tiempo de ser y de vivir lo que uno, o una, realmente es y desea toda su vida.
Hay personas que estiman con mucha pasión la vida de familia y ven en la jubilación la oportunidad de vivir a fondo la experiencia familiar. También hay personas que durante su vida han estado muy comprometidas con temas sociales, pero al no poder dedicar todo el tiempo a sus compromisos, encuentran más posibilidades de llegar más lejos en sus acciones. Otros viven esta época de su vida para experimentar y realizar sus aficiones a tope. Encontramos a los que han vivido siempre con una gran pasión por la lectura y, si no les falla la vista, o no tienen algún problema de salud, se dedican y se concentran muchas horas el ejercicio de la lectura.
Hay personas que, al jubilarse, adquieren unos compromisos tan fuertes que prácticamente viven como si no estuvieran jubilados. Son vocaciones o compromisos que se han vivido con mucha profundidad, a través de la vida, y que se piensan continuar hasta que se pueda, “hasta que el cuerpo aguante”. Vemos a empresarios que, aunque se han jubilado y ya no están al frente de su empresa, nunca renuncian a acompañar su proyecto empresarial, aunque la lleven los hijos. Como cada persona tiene unas circunstancias y cosas que se le presentan, también hay personas que, se ven dedicados, casi en la totalidad de su tiempo, a su familia, sobre todo a los nietos. Esta dedicación llega a ser tan grande que casi ocupa todo el tiempo disponible, aunque haya medios económicos para cuidar a los nietos. Influye en esta dedicación el estímulo y la alegría que dan los nietos a los abuelos, y el revivir, de otra manera, la experiencia de ser padres. También hay personas que, al jubilarse, se dedican totalmente a cuidar a algún familiar enfermo que es un compromiso de mucho valor. O a cuidarse ellos o ellas, si están enfermos.
No faltan personas que les gusta mucho viajar, conocer nuevos países, nuevas culturas y otras formas de vivir, y se apuntan a todos los viajes habidos y por haber. Y están aquellos y aquellas que han tenido una mala experiencia en su matrimonio, que son divorciados, o separados, y tratan de buscar a una persona que llene ese vacío que existe en su vida.
Y las personas que han tenido una vivencia religiosa muy fuerte, aprovechan la jubilación para vivir su experiencia religiosa con toda la profundidad que pueden. En la vida de las personas suele haber muchos “cabos sueltos” y muchas asignaturas pendientes; hay quien aprovecha la jubilación para rehacer su vida, para sanarla de muchas cosas tóxicas (nada de culpabilizarse, ni de tener actitudes negativas ante el pasado), pero sí de emprender el camino que nos puede llevar a la plena realización, corrigiendo, enderezando y poniendo en su lugar muchas cosas que no estaban donde tenían que estar.
Normalmente, en la forma de vivir la jubilación, influye mucho, además de las circunstancias, la familia y el ambiente en el que vive la persona, la formación –no formación teórica sino la vivencial– y los valores que durante su vida han vivido las personas que se jubilan. También hoy, la forma de vivir las jubilaciones, está muy influenciada por el ambiente de la sociedad en la que vivimos. El consumo, el bienestar a costa de lo que sea, la mentalidad que configura y que organiza el mundo en que vivimos pesa mucho, e influye más de lo que nos pensamos, en el trabajo, en la vida de la familia, en la vida personal y también en las jubilaciones. En el mundo en que vivimos, todos sabemos que está muy presente el individualismo, el narcisismo, “mis derechos por encima de todo”, que quiere decir: “a vivir bien, caiga quien caiga”. En muchas ocasiones la libertad que se encuentra, al jubilarse, no se entiende como una posibilidad de desarrollar nuestra humanidad, ni lo mejor de nosotros mismos, sino de “hacer lo que yo quiero” y de “funcionar como a mí me da la gana”.
Esto no quita que encontremos a un buen número –miles de personas de personas jubiladas– que eligen ser voluntarios de organizaciones no gubernamentales, de hospitales y de otras muchas instituciones que prestan servicios muy necesarios en la sociedad.
Desde la fe en Jesús
Nos preguntamos cómo sería una jubilación desde los valores humanos fundamentales, una jubilación configurada por la solidaridad, el compromiso por la justicia y una vinculación seria con la cooperación internacional. Y sobre todo nos planteamos cómo sería una jubilación desde la fe en Jesús, configurada totalmente desde el Evangelio y desde la fe en el Dios Amor.
Por supuesto que respetamos todo tipo de jubilaciones y todas las opciones, que vemos la necesidad del descanso, de la fiesta, y de vivir con realismo las limitaciones de la edad. Cuando una persona tiene una edad y se jubila, ha de tener otro ritmo de vida, pero nosotros queremos ser coherentes con nuestra fe en Jesús. Hemos oído varias veces que la fe en Jesús no tiene vacaciones.
Y que una persona, si es creyente de verdad, se jubila del trabajo que siempre ha realizado, pero nunca abandona el seguimiento de Jesús, sino todo lo contrario. La fe no tiene jubilación sino todo lo contrario.
El talante cristiano está marcado por la vigilancia, la perseverancia y la fidelidad, como nos dice Pablo en su 1ª carta a los cristianos de Tesalónica: “Pero vosotros, hermanos, no estáis en las tinieblas, para que el día os sorprenda como ladrón; porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino estemos alerta y seamos sobrios” (1ª Tesalonicenses 5, 4-6).
Los cristianos somos sal de la tierra y luz del mundo (Mateo 5, 13-16), no solo cuando somos jóvenes, sino desde que nos bautizamos hasta que nos morimos. Dios nos ha dado a cada uno unas cualidades y unas posibilidades para que las desarrollemos en bien de la humanidad y no hemos de enterrar esos dones que Dios ha puesto en nuestras manos (Mateo 25, 14-30). Y nos ha enviado a anunciar el Evangelio a toda la humanidad (Marcos 16, 15). Dios ha sembrado en nosotros la buena noticia del Evangelio y esa siembra ha de dar fruto. Y, al mismo tiempo, nos ha hecho a nosotros sembradores. Toda nuestra vida es recibir la siembra que Dios hace en nosotros y la siembra que nosotros hacemos en el mundo, en nuestra relación con cada persona y en cada lugar donde nos encontremos (Mateo 13, 1-9). Recordemos que, al enviar Jesús a los setenta y dos discípulos les dijo: “La mies es mucha y los obreros, pocos…” (Lucas 10, 1-3). Esta es la necesidad más grande que tiene hoy el mundo en que vivimos: Recibir la buena noticia del Evangelio.
El progreso de la técnica nos ha proporcionado infinidad de cosas: Ha alargado la vida de las personas, ha creado unos medios de comunicación para llegar a todos los lugares del mundo, ha creado una movilidad para desplazarse, en unas horas, al otro extremo del planeta… Podríamos enumerar millones de cosas que ahora tenemos al alcance de nuestras manos y hace unos años nadie pensaba que eran posible, pero este progreso tan espectacular no ha resuelto los grandes problemas de la humanidad, como la guerra, el hambre, las desigualdades vergonzosas que tiene la humanidad, el paro, los suicidios, el problema de la vivienda y la realidad tan grande de las migraciones que produce tanto sufrimiento y tantas muertes, de personas que viajan de otros países a Europa y a otras partes del occidente.
No todas las personas jubiladas tendrán posibilidades de comprometerse en acciones y procesos para evangelizar y construir una humanidad nueva, por su salud o por otras muchas circunstancias, pero está muy clara la llamada que Dios nos hace para encontrarnos con la realidad de nuestro mundo y comprometernos en dar una respuesta a todas las necesidades y problemas que tiene hoy la humanidad, de la manera más realista y poniendo todos los medios a nuestro alcance.
Y por supuesto, no creyéndonos los salvadores de la humanidad y los únicos que responden a los problemas, sino en colaboración con todas las personas y grupos que está trabajando y luchando para afrontar y dar respuesta a los problemas que tiene nuestro mundo.
Qué hacer y por dónde empezar
Surge la pregunta sobre qué hacer y por dónde empezar para ofrecer, no solo de palabra, sino sobre todo con el compromiso de nuestra vida, para anunciar esa buena noticia tan necesaria y que el mundo, aún sin saberlo, está esperando y pidiendo a gritos.
Por lo que se ha hablado en distintos ambientes y se ha tratado en muchas publicaciones, parece ser que debemos comenzar por el acompañamiento. Se trata de acercarse y tratar de caminar con las personas que están sufriendo las consecuencias de la mala e inhumana organización de nuestra sociedad. No es cuestión de unos contactos superficiales y esporádicos, sino de establecer un vínculo y una confianza con las personas que se encuentran sufriendo las consecuencias del sistema que organiza nuestra sociedad, y de seguir caminando con ese grupo o esas personas, el tiempo que haga falta.
Por supuesto, hace falta una gran capacidad de escucha, empatía y de respeto, para dejar en manos de estas personas las decisiones y el protagonismo, para que ellos sean los autores de su liberación, poniendo de nuestra parte lo que haga falta. Nada de crear dependencias y sumisiones que los hacen esclavos, aunque sea de forma elegante. Nosotros tenemos que aprender mucho de las personas marginadas y de todos los que están en una situación de sufrimiento, en nuestra sociedad.
Tenemos claro que una de las cosas que necesitan las personas que viven en la precariedad, y que necesitamos todos, es el cambio de mentalidad. No se trata solo de integrarse en la sociedad en la que vivimos, consiguiendo un trabajo, disponiendo de una vivienda y de todo lo demás para vivir. Las personas han de encontrar su dignidad, su libertad y su desarrollo integral, para no vender su condición humana por “un plato de lentejas”. El cambio de mentalidad no es cualquier cosa. Es algo que requiere mucho tiempo y que se ha de producir por la elección libre de las personas, a partir de un conocimiento, lo más completo posible, de la organización de la sociedad en la que vivimos y de cómo nos tenemos que situar nosotros ante esa sociedad.
Por eso hemos de extremar nuestras actitudes de respeto, de valoración y de comunicación profunda con las personas que acompañamos. Posiblemente, los primeros que tendremos que cambiar la mentalidad somos nosotros, que teníamos una imagen de las personas que acompañamos y, el contacto con ellas nos ha hecho ver que, lo que nosotros pensábamos, no tenía que ver nada con la realidad. Y, además, serán las personas las que han de marcar la trayectoria y el camino a seguir, no nosotros.
Otra de las cosas que hemos de procurar es el compromiso en el cambio de estructuras, de nuestra sociedad. Se trata de la organización de la sociedad, que no solo existe en las instituciones y en las leyes, sino también de esa configuración que nosotros llevamos dentro de nuestra mente, y que tenemos tendencia a aceptarla y verla tan normal, como lo más natural del mundo.
Vemos que, que las estructuras que organizan nuestra sociedad dejan fuera de la participación y de sus derechos, a miles de personas. Está muy claro que se ha de cambiar la organización y las estructuras de la sociedad en que vivimos. Y el cambio ha de comenzar en nosotros mismos. Hemos de aprender a situarnos de otra manera ante las instituciones, ante las leyes, ante nuestra familia y ante nosotros mismos; y no aceptar nunca que las cosas sigan funcionando como hasta ahora han funcionado, sin querer cambiarlas, de la noche a la mañana.
Para los jubilados, la edad y la experiencia nos pueden servir y ayudar para ofrecer un poco de luz a las personas que están sufriendo las injusticias de la configuración de nuestro mundo. Esto no es tarea fácil, pero lo hemos de vivir de forma positiva. El compromiso en el cambio de nuestra sociedad, en su mentalidad y en sus estructuras, puede ayudar mucho en nuestro desarrollo como personas.
Tanto el acompañamiento y la colaboración con las personas que viven en la precariedad, como los procesos educativos orientados a un cambia de mentalidad, y el esfuerzo por el cambio de estructuras, han de estar encaminado a generar experiencias distintas y alternativas, ante lo que estamos viendo en el día a día del devenir histórico. Sin negar lo positivo que realice cada uno de los gobiernos que se van sucediendo, en la gestión política de nuestra nación y de las demás, nos sentimos inclinados a pensar que, lo que se hace y lo que se ve, es “más de lo mismo”.
La persona, en la centralidad de la vida
Además de continuar las desigualdades, la precariedad, el paro, la pobreza de más de doce millones de personas, el tremendo problema de la vivienda, la falta de respuesta a los movimientos migratorios, la violencia de género y la corrupción a todos los niveles, no se ve una voluntad clara de responder de forma integral a los problemas. La política, más que una respuesta a las necesidades y a los problemas que existen, (sin desconocer las numerosas personas y grupos que están entregando su vida por el bien común), se queda en un espacio de lucha por el poder y sacar adelante los intereses de ciertos grupos y personas de nuestra sociedad.
Recordamos la idea en la que han creído muchas personas y muchos grupos: otro mundo es posible, otra política es posible. Las nuevas experiencias que lleguemos a producir serán otra cosa muy diferente a una sociedad como la que tenemos, que pone por encima de todo el dinero, la productividad, al consumo, la desigualdad, la violencia y los intereses.
Se trata de poner como valor fundamental la persona, la igualdad en todos los sentidos, la participación de todos y todas, en la vida pública. Y la distribución de la riqueza, como medio para evitar la marginación y la exclusión, reconociendo, en la práctica, la dignidad y el valor de cada persona, nacida en el país, o venida de fuera. En esto, la trayectoria y experiencia de los jubilados puede jugar un papel importante y orientador para el impulso y la fuerza renovadora de los jóvenes.
El cambio de época que todos estamos comentando, no tiene por qué ser un llevar a límites insospechados la globalización de la fuerza del capital y de la técnica, sino el nacimiento de nuevas comunidades humanas, limitadas e imperfectas como todas las realidades humanas, pero orientadas a vivir una humanidad sana, auténtica, unitaria, dueña de sí misma, liberada del dinero y de la técnica, sin despreciar sus aspectos positivos de estas dos realidades, pero poniendo por encima de todos la realización integral de la persona, a nivel personal y comunitario.
Si alguien cree en la nueva humanidad, somos nosotros los cristianos. Creemos en el reino de Dios, no el reino del dinero, del poder y del materialismo que convierte a la persona en objeto para otros fines y en medio para la producción. Creemos en unos cielos y una tierra nuevos.
Espiritualidad y experiencia mística
Las primeras comunidades cristianas ofrecieron algo totalmente nuevo al imperio romano, lo tenían todo en común, nadie llamaba suyo nada de lo que tenía, ninguno de sus miembros pasaba necesidad (Hechos 2, 42-47 y 4, 32-34). La aparición de la primera comunidad cristiana se narra poco después de la venida del Espíritu Santo, quiere decir que, estas experiencias nuevas, fueron engendradas por obra y gracias del Espíritu Santo.
Los humanos podemos tener muy buena voluntad, mucha creatividad y un gran compromiso, pero quien hace nacer una humanidad nueva es el Espíritu Santo. El nacimiento de algo nuevo, de una nueva humanidad, tiene mucho, o todo que ver, con el fruto de un total compromiso humano que al mismo tiempo es la manifestación de una profunda experiencia mística. Esto es lo que nos enseña la historia.
Las nuevas comunidades que han dado a luz y han sido la experiencia de una nueva humanidad, las ha engendrado Dios por medio de los grandes místicos que han vivido a través de los siglos. Esto es lo que ocurrió con Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Catalina de Siena, Carlos de Foucauld, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, y una persona cercana a nosotros al que conocemos con el nombre de Guillermo Rovirosa.
Si queremos engendrar experiencias nuevas que sean referentes en nuestro mundo, se impone el que nos planteemos aumentar y vivir, con una especial profundidad, los espacios de oración, que no tengan nada de experiencias evasivas y con misticismos enfermizos.
Se trata de vivir y seguir el camino que vivió y nos ofreció Jesús que, movido por el Espíritu Santo, en la madrugada iba al descampado para encontrarse a fondo con el Padre, para después anunciar el reino encontrándose con los últimos de este mundo y respondiendo plenamente a los excluidos por el sistema del mundo de su tiempo. En el mundo en que vivimos existe un gran vacío de experiencia humana de calidad, de encuentro en profundidad con nosotros mismos, y sobre todo falta experiencia de apertura a la trascendencia. El hambre de trascendencia está adormecida por el exceso de consumo, de movilidad y de experiencias técnicas. La experiencia del valor y de la dignidad de la persona, trasciende todas las experiencias que nos ofrece el consumismo. El ser humano necesita abrirse a la trascendencia, para dar a luz algo distinto de lo que nos está ofreciendo el mundo de la productividad y del consumo fanático y enloquecido.
Está claro que el mundo nuevo nacerá de la experiencia, de una gran experiencia mística, abierta a todas las experiencias humanas y a todas las religiones, como las primeras comunidades cristianas que se extendieron por todo el imperio romano a partir de la experiencia de Jesús Resucitado y movidas por el Espíritu Santo. Esas comunidades eran algo nuevo, y totalmente alternativo a lo que se estaba viviendo. Ellas, y todas las que han aparecido en la historia a partir de la fe en Jesús Resucitado, y de otras grandes experiencias de la trascendencia, han sido la alternativa a la vida humana mutilada por un sistema esclavizante e inhumano.
Consiliario diocesano de la HOAC