«Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos»

«Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos»

Lectura del Evangelio según san Mateo (Mt 28, 16-20)

Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado.

Jesús se acercó y se dirigió a ellos con estas palabras: –Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra. Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos.

Comentario

Este es el final del Evangelio de Mateo, un final solemne donde Jesús reúne en un monte a sus discípulos. Y aquellos que le abandonaron y le negaron hoy se postran porque reconocen que en Él se trasparenta el rostro de Dios.

Y Jesús les manda una misión que va a llenar de sentido la vida de aquellos hombres, una misión que les hace Iglesia, comunidad que se hace y se realiza en la tarea de anunciar la buena noticia.

Es una misión que trasciende también al pueblo de Israel, es una misión universal que pretende no adoctrinar sino entrar en la dinámica del reino, en la dinámica de la vida de Dios, en la intimidad de Dios que se nos da en el bautismo. Es el Dios que se nos revela como Creador y Padre, es el Dios que se revela como solidaridad total con el ser humano: se hizo humanidad, se hizo historia y referente de seguimiento. Y se nos revela como Espíritu, energía, fuerza de Dios que nos guía y anima a realizar en nuestra realidad el reinado de Dios, el sueño de Dios de transformar este mundo.

Y, el versículo final, nos recuerda algo a lo que hacía referencia el libro del Deuteronomio, él está, sigue estando en la historia, de otra manera, pero es un Dios presente.

Con estas lecturas celebramos hoy la fiesta del Dios Trinitario. Esa realidad que cuando la conceptualizamos se convierte en absurdo para unos y para otro en un gran misterio que nos vuelve a recordar que Dios es el Totalmente Otro y que al mismo tiempo es cercano.

El misterio de la Santísima Trinidad fue el gran debate de la Edad Media y para muchos es como el resultado del pensamiento de gente que no tenía otra cosa que hacer que filosofar e inventar un Dios raro, tres personas en una misma sustancia divina y cada persona con identidad propia… pero la realidad es otra. El carácter trinitario de Dios aparece muy pronto en la fe cristiana, ya en la carta a los tesalonicenses, año 50, y se habla de ese carácter trinitario de Dios. Y posteriormente, desde determinadas filosofías, se quería explicar para salvar el monoteísmo; pero, el Dios Trinitario era ya, para quienes creían, una experiencia de fe, y esto es lo importante.

Pero hay algo que debemos tener presente y es que, esa pelea metafísica, generó un concepto de persona, que ha marcado a Occidente y creo que merece la pena cuidar, habla del valor absoluto de cada ser humano, de su dignidad y de sus derechos inalienables, y es producto de la formulación teológica de ese dato revelado en el Nuevo Testamento. Es, a partir de la reflexión sobre la vida y las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como se llega a la noción de persona, absolutamente novedosa para la cultura griega y helenística, y que nos ofrece una nueva comprensión de Dios y, como consecuencia, del ser humano que es imagen suya. El ser humano se realiza, se hace, se construye en la relación. Nos hacemos en el encuentro y el Dios en quien creemos es relación, comunión, encuentro desde su mismo ser, desde su propia esencia. Dios es un «nosotros». En Jesús se nos revela y en el Espíritu nos invita a ir más allá de pactos, en Jesús y guiados por el Espíritu crece el «nosotros, nosotras» del que formamos parte los hijos e hijas de este Dios amante, Dios amor, toda una revolución de la idea de Dios.

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La Trinidad nos recuerda que el «yo» y los «otros» son expresiones que alejan la fraternidad (Fratelli tutti, FT, 35). La humanidad de Jesús nos recuerda –como hemos dicho– que ya formamos parte de ese «nosotros, nosotras» que nos vincula con el Dios Trinitario que es «comunión» y genera los lazos de fraternidad entre los seres humanos, que, además, vivimos en una casa común. (FT, 17)

La invitación de ese Dios es a relacionarnos con Él con vínculos de familia, llamarle Padre y que esa relación crezca en la fraternidad con los demás, nos vincula el amor de Dios que se nos da en el Espíritu y nos hacemos, nos realizamos en Dios y nos realizamos en el encuentro con los demás.

Afianzar el «nosotros y nosotras» es cuidar la vida comunitaria, cuidar la comunión y, «hoy más que nunca», mostrar en la Iglesia y fuera que es posible otro mundo donde el reino se hace presente anticipado y como propuesta y en un espacio nada fácil como es la diversidad. El tema segundo del Informe de síntesis del sínodo nos recuerda, en su título, que estamos «Reunidos e invitados por la Trinidad».

Como nos dice ese documento de la primera parte del sínodo: «El Padre, con el envío del Hijo y el don del Espíritu Santo, nos introduce en un dinamismo de comunión y misión que nos hace pasar del “yo” al “nosotros” y nos pone al servicio del mundo» (2, a). No son tiempos de autorreferencialidades, no son tiempos de macar las diferencias y las distancias, son tiempos de, en la diversidad, buscar caminos juntos y juntas y esto debe ser un signo en un mundo marcado por la polarización, donde se intenta «expulsar lo que es distinto».

Es hora de convertir la Trinidad en una práctica y alejarnos de conceptos mistéricos. Necesitamos más ortopráxis trinitaria, dancemos la Trinidad.

 

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