Remedios Zafra, escritora: «En el cuidado late un modelo de poder realmente diferente»

Remedios Zafra, escritora: «En el cuidado late un modelo de poder realmente diferente»
La escritora y ensayista española ha sido galardonada con multitud de premios, tanto por su obra científica como literaria. Experta en cultura contemporánea, feminismo, trabajo creativo y redes sociales, es autora de libros como El bucle invisible, El entusiasmo o Frágiles.

En El entusiasmo, uno de sus ensayos más difundidos, advertía de la autoexplotación en los trabajos creativos y la trampa de la compensación simbólica… ¿Hasta qué punto este modelo de relaciones laborales está invadiendo también otros sectores menos vocacionales?

La instrumentalización del entusiasmo y de otros valores que las personas pueden considerar importantes es parte de la estrategia empresarial que busca maximizar beneficios pasando por alto un compromiso ético con lo que se hace. En el ámbito creativo es donde se ve más claramente, llegando incluso a negar o hacer prescindible el pago del trabajo hecho, bajo la idea de que «uno ya está pagado con la satisfacción de desarrollar una práctica vocacional». Sin embargo, este uso está presente en todos los trabajos donde la carga simbólica y afectiva es grande, como los trabajos sociales, activistas y sanitarios. Donde estos trabajos están más feminizados, más abuso sigue produciéndose. También en trabajos menos vocacionales se enfatiza la importancia de, por ejemplo, formar parte de una «gran familia», o estar alineados con determinados valores. Habría similitud, si la estrategia es valerse de ese valor simbólico para compensar un sueldo bajo o un horario cargado de tiempo extra, proyectando la sensación de una mayor protección o arropo.

En su otra obra, Frágiles, hablaba de la vulnerabilidad compartida como una de las «costuras de la sociedad». ¿Qué potencial transformador tiene conversar y empatizar desde el reconocimiento de que necesitamos de las otras personas?

La humanidad lleva mucho tiempo asentada en formas de poder que ensalzan al héroe, al que está dispuesto a morir o a matar; formas que ahora además enfatizan el individualismo competitivo y la rivalidad entre iguales descuidando los vínculos comunitarios. No es baladí que el triunfo del individualismo capitalista sea paralelo al gran aumento de la desigualdad.

Es en el cuidado de las vidas donde considero que late un modelo de poder realmente diferente, el poder que ha venido practicándose en lo comunitario y en lo doméstico, donde la vida se construye no matando lo que nos perturba sino conociéndolo y aprendiendo a convivir con lo diferente. De hecho, en la conciencia de fragilidad de nuestras vidas y cuerpos es donde ha germinado la mayor potencia humana, la de necesitarnos unos a otros. Se puede vivir sin guerras, pero no podemos vivir sin cuidados, sin embargo, es la guerra la que se ha hecho con el poder desde la intimidación y el miedo. Como humanidad nos debemos la tentativa de probar un poder basado en el sabernos vulnerables y por tanto vinculados por esa costura comunitaria que cuida lo colectivo y reivindica vínculos con las personas.

La digitalización que hemos
vivido y que estamos viviendo
es una digitalización bajo fuerzas
monetarias que ha sido
un fracaso social

¿Cómo esta «nueva cultura» de vidas-trabajos y «habitaciones conectadas», donde nos relacionamos a través de máquinas y algoritmos está cambiando la percepción de lo humano?

La digitalización que hemos vivido y que estamos viviendo es una digitalización bajo fuerzas monetarias que ha sido un fracaso social. La normalización de un espacio público digital que es realmente un entramado empresarial con su particular código moral y su clara búsqueda de rentabilidad a costa de convertir a los sujetos en productos y el espacio de socialización en espejismo de esfera pública sin serla, me parece preocupante.

Las posibilidades derivadas de la horizontalización, que traía consigo la red hablaban de mayor democratización, se han orientado más hacia una suerte de «oclocracia» donde no es el gobierno de una ciudadanía informada lo que predomina, sino el gobierno de una «muchedumbre» fácilmente orientable. La regulación política y la crítica ciudadana son imprescindibles para enfrentar el monopolio digital que ha normalizado su estructura como neutral e invisible.

En su reciente ensayo, El bucle invisible descubre esas repeticiones perniciosas, ahora bajo la vigilancia constante y el uso de datos masivos, que refuerzan la desigualdad y el modelo actual…

Me refiero a un riesgo que me parece muy contemporáneo y que tiene que ver con la repetición de una rutina hipnótica cuando llenamos nuestros tiempos de actividad y pantallas, evitando las interrupciones y los desvíos que nos permitan un mínimo extrañamiento para pensar lo que estamos haciendo. Cuando se dificulta el tiempo reflexivo las personas son más fácilmente manipulables y tienden a repetir lo que hace la mayoría.

El bucle invisible es una cita a lo que la científica de datos Cathy O’Neil se refiere como «bucles de retroalimentación perniciosa», la forma en que algunos algoritmos contribuyen a asentar determinados prejuicios y clichés que favorecen el mantenimiento de desigualdades a una escala que hoy se hace global en el mundo conectado. Esos bucles son cada vez menos visibles porque la programación es cada vez más opaca. Y como suele pasar con la tecnología, tendemos a considerarla imparcial por defecto.

Si la mejora social implica, como sostenía Simone Weill, la igualación por elevación de las personas, ¿qué estrategias y qué herramientas serán más útiles en nuestra época para lograr este objetivo?

Ayudaría romper las dinámicas que alientan la enemistad entre trabajadores, la enemistad entre los desfavorecidos, es decir, la que pone a combatir al último con el penúltimo mientras las desigualdades se mantienen o amplifican. Es más fácil rivalizar con el vecino que con un privilegiado que vemos en televisión, por lo que vencer la tentación de reclamar justicia a la baja (todos igual de mal) es algo que debiéramos evitar desde la solidaridad y la crítica a estas relaciones de poder.

También puedes leer —  Cómo la Iglesia aborda las migraciones

La visión de Simone Weil me parece luminosa, no solo por ver claramente que el peligro de la desigualdad radica en estructuras y organizaciones, sino por advertir del riesgo que suponía «crear compartimentos estancos» donde las personas tengan la sensación de estar activas en su búsqueda de mejora, pero no hagan sino dar vueltas en círculo. Esta analogía me parece del todo ilustrativa para hablar de la digitalización contemporánea y de cómo las lógicas algorítmicas pueden funcionar como compartimentos estancos que favorecen que las personas repitan lo que de sus identidades se espera de ellas, por ejemplo, que el pobre siga siendo pobre.

La HOAC impulsa una campaña con el lema «Cuidar el trabajo, cuidar la vida» en la que apuesta por una nueva comprensión del trabajo. En este sentido, ¿qué «inercias» y qué «bucles» considera que deberían ponerse de relieve y cómo se puede promover la conversación en medio de la disputa por la atención?

Son asuntos que he tratado en mis ensayos y que retomo bajo un prisma integrador en mi nuevo libro El informe. He llegado a la conclusión de que muchos de los bucles laborales y vitales que he identificado en mi obra (precariedad, autoexplotación, hiperproductividad, rivalidad entre iguales, falta de atención…) se materializan en el «desafecto» con lo que hacemos y, por tanto, en una desvinculación no solo con los demás, sino con el valor y sentido de un «hacer de cualquier manera» o un «hacer como se pueda», poniendo en riesgo la búsqueda de verdad, justicia o valor, también social, en nuestra práctica.

La tecnología movida por fuerzas monetarias ha naturalizado la hiperproductividad, la precariedad, pero también el aumento burocrático que proyecta la mayor desconfianza en los trabajadores reclamando tiempo y energía para «la justificación y la apariencia de sentido», en lugar de dedicarla al «sentido»… Operan como inercias que nos aíslan y llevan a aceptar por defecto también un modelo laboral que se apropia de la vida, que calienta el planeta y enferma a las personas.

La atención es el primer resultado de meterse en un bucle, que se naturaliza y se repite, y se repite, sin facilitar las interrupciones necesarias para el extrañamiento. Ese «extrañamiento» es una exigencia para romper los bucles, pero también el ir contracorriente reivindicando los tiempos. Solo si nos detenemos, podemos recuperar esa atención imprescindible para preguntarnos y para pensar… Esa primera pausa puede producirse de muchas maneras: alentada por la cultura, por la educación, por el activismo o por la motivación de que «la vida no puede ser solo esto». Incluso por el rebose que provoca el hartazgo. En cualquiera de los casos romper ese bucle tiene valor social si es compartido.

La sabiduría religiosa reclama espacio y tiempo para la contemplación, tan relacionada con el arte, y la celebración, tan ligada a las manifestaciones culturales…

No es casual que paralelamente al distanciamiento de las personas de los aspectos más espirituales que vienen tanto de las religiones como de las prácticas reflexivas se esté perdiendo ese espacio/tiempo espiritual sincero, no comercializado como moda de usar y tirar.

Recuperar la dimensión espiritual de la vida me parece algo necesario para esta época de valores sostenidos en la acumulación y el ruido. Y creo que esa dimensión puede venir tanto de las religiones como del pensamiento y la cultura, en ambos casos, de la necesidad de rescatar lazos con lo difícilmente narrable, con los valores humanistas tan importantes para enfrentar las formas de deshumanización.

Para que las religiones no se conviertan en mecanismos de dominación, la precaución primera sería separar religión de poder, contribuyendo a que las creencias religiosas, de haberlas, puedan ser elegidas por las personas y no impuestas o vigiladas desde un poder, por tanto, respetuosas con la diversidad de religiones y formas de la espiritualidad.

¿Le parece que la religión y el arte también pueden provocar el salir de sí mismo, revelar verdades que suelen pasar desapercibidas y permitir la experiencia de comunión?

La religión y el arte difieren como conceptos y como instituciones, pero pueden ser afines en determinados rituales, expresiones, relaciones con lo simbólico y lo espiritual, e incluso servir de contraste a los valores materialistas que hoy predominan. Aunque tratan de esferas distintas de lo humano, es ilustrativo que ambas se pongan en crisis paralelamente al torpedeo de lo comunitario, de los vínculos que nos permiten construirnos como una colectividad.

El arte, y lo ampliaría a la práctica cultural y creativa, puede ayudar no tanto a revelar verdades sino a mostrar cómo se crean verdades, a desvelar esos mecanismos que se nos hacen invisibles o se normalizan. En ese sentido, estas prácticas pueden servir de interruptores de conciencia para pensar más allá de las inercias, porque permiten acoger complejidad y contradicciones, ayudando a interactuar con lo simbólico y lo que imaginamos.

Pero en este asunto entiendo que la cesión del poder político al económico que hoy sobrepone el dominio capitalista a cualquier otro es clave, y no puede hacernos olvidar que una base de los intercambios capitalistas ha sido justamente prescindir de los vínculos morales entre las personas.