El agua no cae del cielo
La Generalitat de Cataluña declaró a principios de febrero el estado de emergencia por sequía, la más larga e intensa desde que hay registros, que afecta al 80% de la población catalana.
Desde entonces, la misma Generalitat nos lo grita desde cualquier superficie fija o movible: «Emergencia por sequía. El agua no cae del cielo». Y, siguiendo con expresiones catalanas, d’on no n’hi ha, no en pot rajar («de donde no hay no se puede sacar»).
El problema requeriría muchas más páginas, así que me limito a nombrar algunos de los factores que influyen en nuestra sed. Distingamos entre sequía y escasez, recordando lo dicho en junio: la primera es falta de lluvia durante un periodo prolongado; la segunda indica la cantidad de agua que utilizamos respecto a la disponible. La sequía ya sabemos que es una de las consecuencias de la emergencia climática. Además, el problema real no es que no llueva, sino que falta agua para tanta sed. Si consideramos que son sinónimos es porque atribuimos la escasez a la ausencia de lluvia, aunque, en todo caso, es UNA de las causas.
Centrémonos, pues, en la escasez. Los pantanos hace tiempo que están por debajo de niveles de alarma. Mientras escribo, las cuencas internas están al 15,10% de su capacidad según la Agencia Catalana del Agua. La cosa se agrava porque aquí hace mucho calor. Si en primavera y en otoño, periodos de precipitaciones, no llueve y suben las temperaturas, se acelera la evaporación.
¿Quién se bebe nuestra agua? Antes de llegar a nuestros grifos, se pierde casi la cuarta parte por la vetustez y falta de mantenimiento de las redes. Esto se sabe desde hace años, pero ahora que truena nos acordamos de san Pedro y unos corren a pedir ayudas para modernizar las redes y otros –menos– a concederlas. Esta causa está relacionada con otra muy grave: la privatización de un servicio esencial (el 78% de la gestión del agua en Cataluña).
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Periodista
Autora del libro de Ediciones HOAC Maneras de vivir