Transformar el poder y la Iglesia

Transformar el poder y la Iglesia
Foto | Vatican News
Un papa minusvalorado y poco conocido puso en marcha la reforma más importante de la Iglesia, el Concilio Vaticano II. Buscaba poner la Iglesia al día (aggiornamento) y reformarla. Casi un siglo después un papa extranjero y casi desconocido, relanza la dinámica del Vaticano II.

¿Cómo lograrlo? Actualizando dos claves conciliares: la Iglesia es comunidad, pueblo de Dios, antes que institución jerárquica (Lumen gentium). La otra clave: la Iglesia está en el mundo y participa de sus problemas, búsquedas (Gaudium et spes). El papa Francisco las asume: toda la Iglesia está en misión y convoca un sínodo con participación de todos

Los obispos son referentes principales, pero hay que volver al pueblo de Dios: que participen en todas las diócesis, seglares y clérigos, fieles y jerarquía, comunidad e instituciones. Desde el 2021 surge un sínodo nuevo de obispos con participación masiva de seglares (y entre ellos 54 mujeres). Faltó la presencia de presbíteros y diáconos, sin los que no es posible reformar la Iglesia.

Con esta convocatoria surge el «Camino sinodal alemán», que prepara el paso a una Iglesia toda ella sinodal. La sinodalidad de toda la Iglesia es el punto de partida. Es un camino nuevo que se plantea cuestiones importantes, que serán deliberadas por toda la Iglesia en octubre de 2024. No podemos recoger aquí la globalidad de sus propuestas. Nos centramos en algunos puntos claves. 

Se parte de la crisis actual de la Iglesia católica, a los abusos de poder vinculados al escándalo de la pedofilia en el clero; a la vulneración de los obispos que lo han ocultado; a la violencia sexual de clérigos sobre las mujeres; a los escándalos financieros y bancarios; a la corrupción e inmoralidad en la curia romana y diocesana. 

Sobre todo, se rechaza una forma autoritaria de gobernar, blindada a la crítica y excluyente de los que impugnan una obediencia impositiva y un poder autoritario. Muchos católicos han salido de la Iglesia, en Alemania medio millón en 2019 y en otros sitios.

Al problema pastoral se une el financiero por la pérdida de impuestos eclesiásticos cuando la Iglesia alemana comienza a tener dificultades económicas. Lo que más duele es la desatención a las víctimas. Se junta la pérdida de credibilidad y de influencia en la sociedad con la merma de fiabilidad de la misma jerarquía ante los fieles. 

El ministerio sacerdotal ordenado no puede
seguir manteniéndose como una teología de los poderes,
ni como una dignidad que sacraliza al ministro
y le hace superior a los fieles

Esto no se puede resolver con solo medidas pastorales ni coyunturales. Se trata de un problema estructural y sistémico, que exige una revisión de las instituciones y las formas de ejercer el poder. Los planteamientos alemanes se entrecruzan con los del papa Francisco: el clericalismo hace mucho daño a la Iglesia y es necesario proyectar la formación del clero y su selección para los cargos.

Nuevas propuestas teológicas obligan también a la transformación del poder ministerial. Por un lado, la revalorización del bautismo como el sacramento fundamental, junto a la eucaristía, y la toma de conciencia de que el sacerdocio de Cristo es existencial, no un cargo. Todos los bautizados tienen el sacerdocio de Cristo y ningún cargo o ministro es llamado sacerdote en el Nuevo Testamento. Ya no se puede hablar de que los laicos cooperan con la jerarquía en la misión, porque es de todos los bautizados. 

El problema ministerial se basa en que una parte importante de la Iglesia, los clérigos (Papa, obispos, sacerdotes, diáconos), se ha identificado con la Iglesia y hablan y actúan como si fueran ella, a costa de la comunidad y de los fieles. Cuando decimos que la Iglesia dice o quiere algo, todos sabemos, el mundo sabe que habla del clero y no la Iglesia. La Iglesia institucional se ha tragado a la comunidad eclesial. 

El ministerio sacerdotal ordenado no puede seguir manteniéndose como una teología de los poderes, ni como una dignidad que sacraliza al ministro y le hace superior a los fieles. Recuperarlo como un servicio y replantear el modo de ejercerlo forma parte de los problemas que aborda el sínodo alemán. Por ello resurge como problema el celibato obligatorio, solo válido desde del Concilio de Letrán (1139) y solo para el rito latino, no para los de rito oriental. 

Además, se hace una excepción para los anglicanos que se pasan al catolicismo. El problema no es solo pastoral porque tiene implicaciones sacramentales. Cada vez hay más comunidades que no pueden celebrar los sacramentos por falta de ministros ordenados, sobre todo, fuera de Europa. El resultado es que comunidades enteras se pasan al protestantismo. También que muchos sacerdotes católicos tienen esposa e hijos y lo saben las comunidades y los mismos obispos de sus parroquias. Todos guardan silencio porque no hay sacerdotes para sustituirlos. 

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El fin es el servicio a la comunidad y la celebración de los sacramentos, los medios tener los sacerdotes para ello, célibes o no. Ahora el fin se subordina a lo que era un medio: comunidades sin sacramentos por falta de sacerdotes.

Jesús no exigió el celibato a sus apóstoles, tampoco muchos obispos que demandan suprimir su exigencia. En Alemania, cada vez hay más parroquias sin clero o con curas extranjeros que conocen poco la cultura alemana. También disminuye el número de candidatos en los seminarios. Aquí incide la problemática sobre la participación de los homosexuales en la vida de la Iglesia, dado que muchos son sacerdotes. 

Diferente es el problema de la mujer en la Iglesia. En la sociedad civil cada vez hay más igualdad entre la mujer y el varón, se suprimen discriminaciones y toman fuerza los movimientos feministas reivindicativos. La jerarquía rechaza una igualdad entre varón y mujer que lleve al sacerdocio de la mujer.

No se trata de un dogma, aunque Juan Pablo II pretendía que fuera inmodificable para el futuro. No supo ofrecer argumentos convincentes para negarlo y muchos obispos, teólogos y fieles del sínodo alemán piensan de otro modo.

La Iglesia alemana es de las más reivindicativas. El papa Francisco también rechaza el sacerdocio de la mujer, pero está abierto a abordar el diaconado, atestiguado desde el Nuevo Testamento. También que ocupe cargos jerárquicos en la misma curia romana, en los sínodos y en las diócesis. Sin la participación de las mujeres, la Iglesia no tiene futuro. La sensibilidad femenina es crucial para abrir nuevos horizontes y para otro modo de ejercer el poder en la Iglesia. 

Hay otros problemas de importancia. El principal es la necesidad de una revitalización espiritual en la Iglesia, que permita afrontar los retos de una sociedad secularizada. La Iglesia como refugio y hospital de campaña debe luchar contra la anomia espiritual de nuestras sociedades. Una Iglesia aburguesada tiene poco que ofrecer. Ahí está una clave para transformar a la Iglesia, tiene que abrirse a los divorciados, a la unión con las otras Iglesias cristianas y al diálogo con las religiones. 

Además, hay que replantear el papado, ir de la colegialidad a la sinodalidad y reformar la curia. El sínodo alemán busca una descentralización del papado; un cambio en las relaciones de Roma con las conferencias episcopales y darles autonomía para atender a los problemas de cada país.

Ya no se puede hablar
de que los laicos cooperan
con la jerarquía en la misión,
porque es de todos los bautizados

Estos principios hay que aplicarlos también a las diócesis, contra el modelo monárquico del Papa y también de los obispos en sus diócesis. Hay que modificar las relaciones del obispo con los presbíteros, potenciar la participación del presbiterio en el gobierno de la diócesis y abrirse a los seglares.

Las parroquias son también un núcleo básico de la Iglesia y hay que transformarlas. Esto implica desplazar el poder del párroco a la comunidad y que el cura no se aísle, sino que forme parte de ella. La abundancia de personal seglar en las parroquias alemanas exige también una mayor atención a los empleados, sin mezclar la atención pastoral y su vida privada. Es la parroquia, no es el párroco el protagonista sino la comunidad con él. 

Muchas de estas cuestiones deberían haberse abordado después del Vaticano II. Ahora es necesaria una reforma general de la Iglesia y encontrar un equilibrio entre la continuidad con la tradición y la reforma. Otra Iglesia es posible, probablemente requerirá un nuevo concilio. 

Pero continuar adelante con sínodos abiertos, como el actual, puede ir preparándolos. En lo inmediato todo dependerá del sucesor del papa actual, que marcará el rumbo que tome la Iglesia. 

La asamblea sinodal alemana propone crear un consejo sinodal y prepararlo con un comité de 27 obispos, 20 representantes de la asamblea sinodal y 27 miembros católicos. El camino alemán tendrá que converger con el que tome la Iglesia universal. Siempre habrá Iglesias que avancen más y otras más reticentes. Habrá también que atender al contexto, a la inculturación plural en sociedades diferentes y distantes.