Roberto Gil: “El racismo sirve para legitimar las desigualdades”

Roberto Gil: “El racismo sirve para legitimar las desigualdades”
Roberto Gil Hernández es profesor de Antropología y Sociología de la Universidad de La Laguna y próximo ponente de la Escuela de Formación Sociopolítica y Fe Cristiana de la Diócesis de Canarias.

El martes 27 de febrero, a las 19:30 horas (local), aborda el tema El racismo como síntoma. Genealogías de la diferencia en la construcción de la idea de nación de España, en la Casa de la Iglesia, pudiéndose seguir también por Zoom.

Para este pensador, “un nacionalismo democrático tiene que ser por definición incluyente, incluir la diferencia”.

¿Cuál es la idea central de su charla El racismo como síntoma?

Planteo cómo el racismo emerge como un síntoma social, como un malestar que puede plantearse como una evidencia de que hay algo que no funciona respecto a la jerarquía que mide el racismo en una sociedad. Que grupos de población por pertenecer a una determinada cultura, formas de comportarse, creencias, etc, se encuentran en una posición diferente a otros grupos por tener otras condiciones de este tipo, culturales, idiomáticas. El racismo es un síntoma de aquello que falla en nuestra sociedad y que tiene que ver con la forma que se organiza la jerarquía y estructuras sociales desiguales.

¿En qué medida se es racista?

Depende de cómo se ajusten a estos criterios que sirven para ordenar y diferenciar a las personas a partir de esas formas de pertenencia al grupo conceto que definimos como raza. La raza la podemos definir como una categoría que sirve para diferenciar la población a partir de no solo el aspecto físico, sino de unas determinadas creencias, costumbres, hábitos en formas de comer, de vestirse, saludarse, y también al lugar que ocupan en determinadas estructuras sociales y jerarquías. La raza no puede entenderse sin la intercesión que tiene con otras categorías como el género, el sexo, como la clase social o con las formas en las que producimos conocimientos. Se sabe que una persona es más o menos racista en la medida en que se adecúe y utilice esas clasificaciones que dicen que hay seres humanos que por esas características están en la cúspide y otras en las partes inferiores y son menos humanas, en incluso deshumanizadas. El racismo para lo que sirve es para legitimar las desigualdades.

El racismo es un síntoma de aquello que falla en nuestra sociedad y que tiene que ver con la forma que se organiza la jerarquía y estructuras sociales desiguales

¿Tiene el racismo que ver con la procedencia o más bien con su clase social?

Tiene que ver con todo un poco. El racismo, las formas más evidentes que tratamos de concebirlo, es obviamente con el aspecto físico, no solo con el de la piel. Porque también tiene que ver con una serie de códigos como la vestimenta, la manera de hablar, el idioma, las creencias, el lugar en que se vive, la manera que se viva la identidad sexual y, por supuesto también, con la pobreza y la riqueza. En cada momento ha habido diferentes categorías históricas a partir de la cual definir la raza, cuya ley es transnacional.

¿Cómo se ha construido la idea de nación de España?

Hablo de cuatro etapas: la primera es el discurso de la pureza de sangre, la cual, a partir de las creencias y de una transferencia metafórica de lo que implica la religión a la sangre. Racista no basada en la raza, porque todavía no se ha configurado como lo conocemos hoy, que va del siglo XIV al XVII, ahí está la conquista de Canarias.

La segunda fase es de nacionalismo liberal imaginario científico, cuando aparece el imaginario de la raza y cuando España, junto a otras naciones europeas, empieza a definirse como las naciones preponderantes en el concierto global, en paralelo al desarrollo del capitalismo como sistema mundial. Los europeos y las europeas están en la cúspide de las jerarquías raciales que imperan en todo el planeta, y el resto de grupos sociales van quedando relegados en una especie de jerarquía donde irían, primero, los europeos del norte, después los del sur, luego las poblaciones europeas que están en el resto del planeta conocidas como criollas o racistas. Le seguirían los pueblos indígenas, y, en último lugar, las poblaciones africanas.

¿Y las otras etapas?

La tercera sería la de la muerte y resurrección, en el final del siglo XIX, con la emancipación de las últimas colonias españolas, no solo emancipación porque Puerto Rico y Filipinas pasan a manos de Estados Unidos, y otras son vendidas por España. Es un momento de duelo nacional, de pérdida del imperio. Hay una redefinición de la identidad española, pero con el franquismo hay un resurgimiento, que llega prácticamente hasta el final del siglo XX.

Y la cuarta etapa empieza a partir de ahí, donde se vuelve a redefinir el nacionalismo español y la identidad nacional de España con la transición democrática. Se pasa a un modelo de democracia neoliberal en la que ya imperan los mecanismos de una colonialidad global en la que la jerarquía social que impera en España es similar a las de todo el planeta. Hay una especie de homogenización siguiendo los criterios de la potencia mundial de la época que ya es Estados Unidos.

La idea de que España es un estado plurinacional puede tener fuerza si se gestiona desde criterios democráticos que den voz a las diferentes realidades que conforman el Estado.

¿Cómo encaja en todo esto la posición de que España es o puede ser una nación de naciones?

Es un viejo pleito, que existe desde el imperio hispano, entre elementos identitarios intentando unificarlos y otros elementos intentando descentrarlos y asumir que existe una realidad más diversa, más plural. Lo que estamos viviendo hoy es su constatación en un marco democrático, que tenemos desde la transición en que la idea de España está sometida a esas fuerzas centrípetas y las centrífugas que tratan de definir a España como una realidad más diversa de lo que ha sido en siglos anteriores. La idea de que España es un estado plurinacional puede tener fuerza si se gestiona desde criterios democráticos que den voz a las diferentes realidades que conforman el Estado.

¿Los nacionalismos periféricos pueden conciliarse con la idea de la igualdad y de la solidaridad?

Creo que sí. Tenemos dos experiencias históricas de Estado nación casi antagonistas: el francés que surge de la revolución burguesa y es centralista; y el de Estados Unidos que es federal. La democracia implica la reunión de los diferentes y la gestión de los acuerdos y disensos en términos respetuosos con las decisiones de los grupos que forman parte de esa democracia. Eso implica que la idea del Estado nación tendría que llevar en su seno la tolerancia y la diferencia.

¿Cuál es el problema? Que a veces los nacionalismos no centrales se enfrentan al catalán, vasco e incluso al canario, donde estos intentan a veces imitar lo que el nacionalismo central ha hecho siendo excluyente con otras formas de entender esta realidad nacional española. El problema está cuando esos discursos nacionalistas plantean la exclusión de la identidad con la que rivaliza del otro. Un nacionalismo democrático tiene que ser por definición incluyente, incluir la diferencia, donde sea más importante la gestión de la diferencia que la reivindicación de la unidad.