Este Papa, sí me gusta

Este Papa, sí me gusta

Desde que el papa Francisco inició su pontificado, allá por el mes de marzo del año 2013, despertó dentro y fuera de la Iglesia muchas expectativas.

Sin embargo, no debemos ignorar que, sobre todo al interior de la Iglesia, también desde el principio fueron surgiendo voces discrepantes, alarmadas antes las palabras y los gestos que Francisco viene prodigando desde que accedió al papado.

En relación con estas discrepancias y alarmas, llamó mucho la atención un artículo, titulado Este Papa no nos gusta y que, cuando aún no hacía un año del acceso al papado de Jorge Mario Bergoglio, en el diario italiano Il Foglio firmaron los periodistas Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro, y que su traductor al castellano lo contextualizó en “la situación de anomalía sin descuentos en que se encuentra la Iglesia” y que atribuía  a un pontificado –el de Francisco– que calificaba como “tan dolorosamente singular”.

Sin entrar en todos los aspectos de un artículo especialmente largo (más de siete páginas), había uno que llamaba sobre otros la atención, pues en él se acusaba veladamente al Papa nada menos que de haber “llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral”, y todo ello citando el número 32 de la Veritatis splendor de Juan Pablo II, dirigido por este a puntualizar “algunas corrientes de pensamiento moderno”, y que los articulistas presentaban como una contraposición entre el papa Wojtyla y el Vaticano II, a quien aquel, según ellos, corregiría.

¿Qué afirmación del papa Francisco provocó una crítica tan radical? Los mismos autores del artículo lo indican: en una entrevista, realizada por Eugenio Scalfari y publicada en La Repubblica, a la pregunta del entrevistador: “¿existe una visión única del bien?, ¿quién la establece?”, el Papa contesta: “Cada uno de nosotros tiene una visión del bien y del mal. Nosotros debemos animar a cada uno a dirigirse a lo que piensa que es el bien”. El entrevistador continúa: “Usted, santidad, ya lo escribió en la carta que me mandó: La conciencia es autónoma, y cada uno debe obedecer a la propia conciencia…”. Y el Papa le contesta: “Y aquí lo repito. Cada uno tiene su propia idea del bien y del mal, y debe elegir seguir el bien y combatir el mal tal como él lo concibe. Bastaría eso para cambiar el mundo”.

Probablemente, a los autores del artículo crítico con el Papa les habría gustado más que Francisco se hubiera enredado en explicaciones sobre el concepto objetivo del bien y del mal y sobre la obligación que todas las personas tenemos de llegar a la verdad objetiva, cuestiones todas ellas enseñadas por la Iglesia. Sin embargo el Papa optó, y ahí les duele a sus críticos, por priorizar el valor de la conciencia como “núcleo más sagrado y sagrario del hombre” (Gaudium et spes, GS, 16), conciencia que las personas han de seguir porque “la dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa” (GS, 17). Todo esto también lo enseña la Iglesia que además, en relación con un tema tan sensible para ella como la libertad religiosa, tras afirmar en la Declaración conciliar Dignitatis humanae (DH) que “la dignidad de la persona humana se hace cada vez más clara en la conciencia de los hombres de nuestro tiempo, y aumenta el número de quienes exigen que los hombres en su actuación gocen y usen de su propio criterio y de una libertad responsable, no movidos por coacción sino guiados por la conciencia del deber” (DH, 1) concluirá que “en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella…” (DH, 2).

¡Claro que todos tenemos la obligación de buscar la verdad!, “cada cual tiene la obligación, y por consiguiente también el derecho, de buscar la verdad…” (DH, 3) pero el mismo documento del Vaticano II reconoce que esta “no se impone de otra manera sino por la fuerza de la misma verdad…” (DH, 2).

Mucho es de temer, no obstante la abundante doctrina conciliar, que quienes pensaban y siguen pensando once años después como los articulistas de “este Papa no nos gusta” no se sientan satisfechos con ella cuando la cita anterior de Juan Pablo II en Veritatis splendor la interpretaban en clave de corrección al Vaticano II. Quizás quienes así piensen y sientan, necesiten una doctrina más sólida y tradicional, más pétrea,  más de toda la vida.

Por ello nada mejor que acabar esta reflexión con dos citas del que, posiblemente, sea el más insigne teólogo de la historia de la Iglesia, santo Tomás de Aquino.

“Toda conciencia, esté bien o mal informada, se refiera a cosas en sí malas o indiferentes, es obligatoria, pues el que actúa contra su conciencia, peca”. (Questiones quodlibetales, III, 27)

“Hay que seguir la conciencia, incluso contra el deseo de la Iglesia; incluso si estuviese abocado a ser expulsado de la misma Iglesia”. (In IV Sententia, dist 38).

Desde el respeto a la libertad de expresar cada uno lo que piensa –también la libertad de los críticos con Francisco–, y desde el sagrario de la propia conciencia debo afirmar que “este Papa, sí me gusta”. Y mucho, además, dicho sea desde una diócesis donde no todo lo que se escucha sobre el papa Francisco es en tono de alabanza.