Luis Aranguren Gonzalo: «Somos hijos e hijas del cuidado, por lo que nuestro primer deber es cuidar»

Luis Aranguren Gonzalo: «Somos hijos e hijas del cuidado, por lo que nuestro primer deber es cuidar»
Luis Aranguren Gonzalo, profesor de Ética en la Universidad Complutense de Madrid, conferenciante y escritor, firma el último cuaderno de Ediciones HOAC sobre el cuidado como nuevo paradigma emergente de ese otro mundo necesario que quiere poner la vida buena en el centro.

¿Qué cuidado, siguiendo el título de tu cuaderno, es el que transforma y compromete?

El cuidado que transforma es aquel que pasa por la «historización», que, como decía Ellacuría, implica desenmascarar las falsas concepciones del cuidado como «pasar la mano por el lomo», como mensaje publicitario, como una manera de seguir gestionando igual las residencias de ancianos…

El cuidado emerge y se propone, sobre todo cuando lo politizamos, como una alternativa de civilización, donde hay respeto por uno mismo, por los demás y por el planeta. Cuando hablamos de respeto hablamos de un vínculo previo. El cuidado no es un término abstracto, no es una cosa metafísica. Su esencia son los vínculos que mantenemos, que hemos recibido de nuestros antepasados, que hemos trazado con nuestros congéneres, pera también son los vínculos con la tierra.

Precisamente, la locura del capitalismo salvaje es vivir una vida separada de sí mismo, separada de los demás y separada de la naturaleza. Por eso, explotamos, dominamos, abusamos, y nos descuidamos a nosotros mismos. ¿Por qué es tan difícil ser místico en la sociedad contemporánea? Porque estamos distraídos, dispersos, no hay un vínculo con nosotros mismos, no nos cuidamos.

¿Qué nueva antropología entraña el nuevo paradigma del cuidado?

Todos los occidentales somos hijos de Descartes, del «pienso, luego existo», de un «yo» muy grande, cabezudo, con muchas ideas, con una razón omnipotente, incluso, que se traduce en razón instrumental, donde todo queda cosificado y todo se puede instrumentalizar y suspendido a «esto para qué me sirve». Y lo que no me sirve, lo descarto.

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Los humanos somos humanos gracias a los demás. Entonces, ya no es tanto «yo pienso, luego existo», sino más bien: «yo soy cuidado, luego existo». Los descubrimientos arqueológicos, por ejemplo, en Burgos, con el cráneo de Miguelón, que corresponde a una persona adulta, de treinta y tantos años, con la mandíbula infectada, nos dicen que la comunidad había cuidado de él.

La locura del capitalismo salvaje
es vivir una vida separada de sí mismo,
separada de los demás y separada
de la naturaleza

Una correcta antropología del cuidado es aquella que pone en el centro las «pasividades» que nos constituyen. Somos actividad y somos pasividad. Es verdad que Hannah Arendt nos ayudó a descubrir que somos personas en la medida en que hacemos y por la acción venimos a ser alguien, no algo. Tenemos que pensar para no volvernos idiotas morales, para no caer en la pasividad o en la banalidad del mal, de actuar sin pensar. Pero al actuar y al pensar, le falta también la conciencia de ser recibido, de esa pasividad que nos constituye como persona. Cuando uno toma nota de los amores y cuidados recibidos que le han hecho llegar hasta aquí, entonces, el cuidado revela un elemento antropológico muy importante: somos hijos e hijas del cuidado. Nuestro primer deber es cuidar. Cuando somos padres o madres, enseguida lo entendemos. Y también nos acordamos de cuando fuimos cuidados.

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