Palabra, palabras y amistad social

Palabra, palabras y amistad social

En los últimos días hemos podido oír a algunos representantes políticos afirmar que las palabras, lo que se dice y cómo se dice, tienen consecuencias, no son gratis. Tienen razón. Es muy importante, en todos los órdenes de la vida, cuidar el uso que hacemos de la palabra y de las palabras, porque pueden hacer mucho bien y mucho mal, según sean.

Está ocurriendo hace tiempo también en nuestra vida política, con un daño para la sociedad del que no acabamos de ser conscientes. O puede que algunos sí lo sean y esa precisamente sea su pretensión: deteriorar la convivencia y el diálogo social para lograr ilegítimos fines partidistas. Como señala el papa Francisco en Fratelli tutti (FT), ocurre con demasiada frecuencia en la vida política que “prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes” (nº 201) y lo peor es que esto tiende a contaminarlo todo en la convivencia social y así se daña profundamente el diálogo social, porque se convierte al adversario en enemigo. Y es que “el auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos” (nº 203); y “el diálogo paciente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (nº 198).

Necesitamos cuidar y proponer ese diálogo y, para ello, tomarnos mucho más en serio la fuerza de la palabra y de las palabras (para bien y para mal). Lo apunta Luigino Bruni en un precioso comentario sobre el libro del Génesis (El árbol de la vida. Mercado, dinero y relaciones humanas en el Génesis) hemos de tomarnos en serio “la fuerza de la palabra que, al igual que sabe crear, sabe destruir (…) La historia está llena de palabras creadoras pero también de palabras que, con su fuerza desnuda, han destruido vidas” (pág. 25). “Nuestro tiempo vive una profunda noche de la palabra y de las palabras, y por eso se expone a morir ahogado en un mar de cotorreos (…) Debemos a toda costa reconciliarnos y recobrar la palabra y las palabras con la seriedad y responsabilidad que tienen” (pág. 75). Como también dice Francisco, este “cotorreo” se ve multiplicado por el uso de las redes sociales: “Se suele confundir el diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de opiniones en las redes sociales (…) Son solo monólogos que proceden paralelos, quizás imponiéndose a la atención de los demás por sus tonos altos y agresivos” (FT, 200).

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En este contexto cobra toda su importancia apostar por construir pacientemente lo que el Papa llama “la amabilidad social”, que implica un uso de la palabra y de las palabras que respete la dignidad de las personas, que busque construir y no destruir, estimular el diálogo y no herir o despreciar. Esa amabilidad social es muy importante para la vida política y la convivencia social: “El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre camino donde la exasperación destruye todos los puentes” (FT, 224).

Algunos piensan que esto es una ingenuidad, una pérdida de tiempo. Sin embargo –vistos los resultados del uso agresivo de la palabra– no parece que haya otro camino para la convivencia social y una sana vida política. Camino que implica una responsabilidad de todas las personas que no deberíamos eludir. ¿Cómo?: proponiéndolo y practicándolo. Es decir, rechazando y penalizando el mal uso de la palabra y de las palabras –quien las usa para herir y despreciar no merece representar políticamente a nadie– o, al menos, no colaborando a extenderlo; no convirtiendo a los demás en enemigos –por más que nos repugnen sus palabras–; buscando puntos de encuentro, defendiendo con entusiasmo las propias convicciones pero escuchando las de los demás… Hacer cosas como estas en la vida cotidiana es más importante de lo que parece para la vida política.