El agua como bien común universal no puede ser gestionada por la fuerza, ni usada como mercancía

El agua como bien común universal no puede ser gestionada por la fuerza, ni usada como mercancía
“Es una gran vergüenza para la humanidad que miles de millones de personas en el mundo no tengan acceso al agua, un bien común fundamental que debe ser gestionado desde el principio del destino universal de los bienes”, ha denunciado Tebaldo Vinciguerra, del dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, en el seminario organizado por el departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal

Por sexta vez, la fundación que lleva el nombre del papa Montini, en colaboración con el Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española y la iniciativa Enlázate por la Justicia, ha sido el escenario de diversas sesiones sobre el cuidado de la Creación. En esta ocasión se ha abordado “La crisis del agua: sequía y derecho al agua”.

El seminario fue inaugurado ayer por el obispo de Astorga y presidente de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social, Jesús Fernández González, quien llamó a promover “mecanismos económicos que busquen el bien común por encima del lucro personal, que favorezca la generación y el empleo de energías verdes, que frenen la deforestación y también que repartan ese escaso bien que es el agua y lo gestionen a la medida de las personas y del medio ambiente”.

El experto del equipo de reflexión e investigación del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, Tebaldo Vinciguerra, comenzó su intervención señalando la estrecha vinculación entre el agua y el cuidado de la Creación, incluida la salud humana, lejos de la impresión equivocada de que se trata de un problema ya solucionado por el mercado o la tecnología.

Sin agua no hay vida

En su intervención, relató múltiples ejemplos de cómo la falta y contaminación del agua afectan a la salud de las poblaciones y la regeneración de la naturaleza, para afirmar, que “el derecho al agua potable está vinculado con el derecho a la vida, el derecho a la alimentación, el derecho a la atención médica… porque, como dijo el papa Francisco en Laudato si’, “todo está conectado”.

Es más, el experto recordó que la propia Naciones Unidas consagró el acceso al agua como derecho humano y figura en el punto seis de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. También la Santa Sede ha reconocido su importancia llegando incluso a plantear su gestión desde el principio del destino universal de los bienes, como plantea la Doctrina Social de la Iglesia.

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En este sentido, defendió que “las autoridades públicas siempre deben garantizar este derecho, mediante una legislación y un monitoreo adecuado de en qué se emplea, cómo se suministra, para fomentar prácticas virtuosas y transparentes”, lo que no quiere decir que “los ciudadanos y las familias no tengan nada que hacer”.

Prioridades humanas

“Si creemos y enseñamos que el agua tiene un destino universal, y que no es cualquier recurso, ha de importarnos su gestión, cómo cuidamos la casa común y cómo afecta al cambio climático”, apuntó Vinciguerra. Además, defendió que la gestión del agua deber responder a “una jerarquía de prioridades basadas en la dignidad humana: el agua para los bebés es más importante que el agua para limpiar el coche”.

Aunque el asesor del Vaticano planteó la posibilidad de la gestión público-privada, defendió que siempre debe hacerse “a la luz del destino universal de los bienes” y desde “un buen gobierno”, poniendo como ejemplo los tribunales de las aguas de nuestro país, reconocidos como patrimonio de la humanidad por la UNESCO, al tiempo que se opuso al control por “la fuerza” de manantiales e infraestructuras y a las privatizaciones que convierten un derecho humano básico y universal en mercancía.

Para la visión cristiana, “el agua es un don de Dios”, con fuertes vínculos con la espiritualidad y la liturgia religiosa, “por lo que debemos ser humildes y convertir en una prioridad su acceso para todos los hermanos y hermanas”, añadió Vinciguerra.

Buenas prácticas

En concreto, abogó por que la comunidad cristiana en su conjunto se involucre para favorecer “procesos, dado que el tiempo es superior al espacio, que lleven a buenas prácticas de colaboración entre regiones, países o confesiones religiosas capaces de construir paz”.

“Si manejamos sabiamente este bien común, estaremos poniendo en práctica el principio del bien común de toda la sociedad”, proclamó Vinciguerra. “Sumemos fuerzas para cumplir el mandato divino de cuidar el jardín con todos y para todos”.