Un Papa que ama al modo de Jesús

Un Papa que ama al modo de Jesús

El día 13 de marzo la Iglesia celebró 10 años de pontificado del papa Francisco. Es la primera vez en la historia de la Iglesia que es elegido un Papa fuera de la galaxia del cristianismo europeo. Y con razón, pues la vitalidad del mensaje evangélico se ha enraizado en las culturas no europeas en las cuales vive numéricamente la mayoría de los católicos. Resaltamos algunas características de su pontificado.

La más importante de ellas ha sido la nueva atmósfera creada dentro de la comunidad cristiana a nivel mundial. Hemos salido de un invierno, de los últimos Papas, y se ha inaugurado una primavera. Ya no predomina la doctrina, sino la vida concreta de la fe. Ya no hay miedo y condenaciones, sino gran libertad de expresión y de participación, especialmente de las mujeres en cargos importantes dentro del Vaticano.

El papa Francisco ha encarnado una nueva manera de ser Papa. No vive en el palacio pontificio, sino en una casa de huéspedes, Santa Marta. Rechaza cualquier privilegio. Vive en su cuarto de huéspedes. Hay otro reservado para recibir a la gente. Hace cola para servirse la comida. Con humor, pensando en hechos del pasado, dice “así es más difícil que me envenenen”. Vive una pobreza franciscana, despojándose de todos los símbolos de poder.

Ha abierto una nueva perspectiva en la Iglesia. Si antes era un castillo fortificado contra los errores del mundo, ahora es “una Iglesia-hospital-de-campaña” que acoge a todos, sin preguntar su origen o su situación moral. Como él mismo subraya: “es una Iglesia en salida hacia las periferias existenciales”, que pega su oído al grito de los que sufren en este mundo.

Ha dado centralidad a los pobres. Escogió el nombre de Francisco para rescatar la figura de San Francisco, el poverello de Asís. En su primera aparición dijo claramente: quiero una Iglesia de pobres y una Iglesia con los pobres. Poco importa que el pobre sea cristiano o musulmán: le lava los pies el Jueves Santo.

Su principal inspiración es el Jesús histórico, artesano, contador de historias, defensor de todos los que tienen menos vida, curándolos de sus dolencias, enjugando sus lágrimas e incluso resucitando muertos. Llama a Dios, Abbá=“papá” sintiéndose su Hijo querido. Ama a todos a la manera de ese Dios-Abbá, bien expresado en el evangelio de San Juan: “Si alguien viene a mí yo no le echaré fuera” (Jn 6, 37). Podía ser una adúltera, un teólogo angustiado como Nicodemo que va a buscarlo por la noche, una mujer extranjera siriofenicia o un oficial romano. A todos acoge afectuosamente.

Ha dejado claro muchas veces que Jesús no vino a crear una nueva religión, sino que vino a enseñarnos a vivir el amor incondicional, la solidaridad, la compasión y el perdón. Las doctrinas están ahí y no hay por qué no darles importancia. Pero solo con ellas no se llega al corazón humano. Se necesita ternura y amor. Lo que convence a las personas y las deja fascinadas es su predicación ininterrumpida sobre la importancia de esa ternura que abraza al otro y que vale también para la política, como lo dice claramente en su encíclica Fratelli tutti.

Pero para él, el punto central de su predicación es la misericordia. Es la característica personal de Jesús y se enraíza en la esencia de Dios mismo. Nadie puede poner límites a la misericordia de Dios que alcanza incluso al peor de los pecadores. Dios no puede perder a ningún hijo o hija que ha creado con amor. Él no puede perder nunca. Por eso afirma que la condenación es solo para este mundo. Todos están destinados, por esta misericordia ilimitada, a participar del Reino bienaventurado de la Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

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El mensaje de Jesús no es solo bueno desde la perspectiva de la vida eterna. También debe ser bueno para esta vida y para la propia Madre Tierra. Su encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común (2015) lo sitúa, según notables ecólogos, a la cabeza de la reflexión ecológica mundial. No se trata de una ecología verde, sino de una ecología integral: abarca lo ambiental, lo político, lo social, lo cultural, la vida cotidiana y la vida del espíritu. No se trata de una técnica para curar las heridas del cuerpo de la Madre Tierra, sino del arte de vivir en comunión con ella y con todas las demás criaturas, abrazadas como hermanas y hermanos. Está tan preocupado por el futuro de la vida que en su otra encíclica, Fratelli tutti (2020), dice con palabras muy serias: “o nos salvamos todos o nadie se salva”.

No obstante los nubarrones que amenazan nuestro futuro, se muestra esperanzado. Confía en la esperanza como el principio, o mejor dicho, como el motor que trabaja siempre dentro de nosotros, buscando mejores caminos, proyectando utopías viables y despejando la oscuridad de nuestra historia. Se expresa por estas palabras al final de su encíclica “sobre el cuidado de casa común”: “Caminemos cantando, que nuestras luchas y la preocupación por este planeta no nos quiten la alegría de la esperanza”.

En fin, estamos delante de una figura de especial densidad humana, testimonio de una fe y una esperanza inquebrantables de que atravesaremos los sombríos tiempos actuales rumbo a una biocivilización en la cual podamos hermanarnos entre todos, la naturaleza incluida, dentro de la misma gran casa común, cuidada y amada.

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Traducción de Mª José Gavito Milano.