Recuperar lo humano y su dignidad

Recuperar lo humano y su dignidad
El Evangelio contiene una propuesta de humanización frente a la pérdida del sentido de lo humano. Este ha sido el mensaje central de la sesión del Aula Rovirosa-Malagón, del Instituto Superior de Pastoral, impartida por Paco Porcar, militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y colaborador de Noticias Obreras

Con el título, “Recuperar lo humano y su dignidad. Una propuesta de humanización desde la fe cristiana”, se ha celebrado este 17 de noviembre, en la sede del Instituto una conferencia para el alumnado del mismo, fruto del acuerdo de colaboración entre esta institución y la Fundación Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón, creada e impulsada por la HOAC.

Porcar ha destacado que la tarea pastoral que aparece en este tiempo como central para la Iglesia es contribuir a descubrir, vivir y desplegar el sentido último y profundo de nuestra humanidad. San Juan Pablo II, en su carta Christifideles laici, 37, lo decía de la siguiente manera: “Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial, es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana”.

Más si cabe, en una época en la que el progreso material, la omnipresencia de la tecnología y la idolatría del dinero contribuyen a oscurecer, cuando no a deformar y arrinconar, el verdadero sentido de lo humano. Cuando Benedicto XVI, en Caritas in veritate, 75, escribe que “la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica” está aludiendo a las tensiones que desvirtúan la esencia de que lo que significa e implica ser persona, a la quiebra de la cualidad fundamental de lo humano.

La degradación del sentido de la humanidad tiene como consecuencia la extensión de la “cultura del descarte”, dentro de la cual, las personas son prescindibles o tratadas como mercancías, profundizando así la desigualdad y la exclusión en nuestras sociedades, ha señalado Porcar.

El individualismo exacerbado y la indiferencia rampante, sin lugar a dudas, alimentan esta mentalidad dominante en la que el destino de cada persona es responsabilidad exclusiva propia, como si fuera un ente aislado y desgajado de su historia, su geografía y sus relaciones.

De ahí que el concepto de libertad hoy en día acabe preso de tergiversaciones interesadas y de ideologías materialistas que niegan la existencia de vínculos y responsabilidades compartidas, hasta el punto de que hacen de la dignidad de todas y cada una de las personas un valor relativo, dependiente de su rentabilidad económica o social. Desprovistos del sentido de pertenencia a una familia común, la fraternidad se empequeñece hasta condenar al olvido a las personas empobrecidas, vulnerables y en situación vital más precaria.

No es extraño que el papa Francisco, haya dicho que “muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida”, ha afirmado Porcar citando Laudato si’, 202.

La fe cristiana, propuesta de humanización

La lógica del Evangelio coloca la dignidad inviolable de la persona y el bien común como centro de la organización social y motor de la Historia. El reino de Dios que anuncia Jesucristo comienza a hacerse presente cuando la persona asume su vocación a ser más plenamente humana.

Así, “evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad (…) La Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambientes concretos”, en palabras de Pablo VI, en Evangelii nuntiandi, 18.

El proyecto evangélico de humanización abarca todas las dimensiones humanas, es integral, al apelar a la conversión de las personas, pero también al cambio de la mentalidad social o de los ambientes en los que se desenvuelve cada vida humana, hasta llegar a la transformación de las instituciones y estructuras sociales. Parte de la consideración de todas las personas como hijos e hijas de Dios, y por tanto, hermanos y hermanas incluidos en el proyecto universal de fraternidad, ha detallado Porcar.

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El papa Francisco recuerda en Evangelii gaudium que “la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad (…) Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: (…) la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Esa es en definitiva la misión”.

La persona no puede reducirse al individuo aislado. Como ser singular, pero a la vez social también es relación. De hecho, cada cual es responsable de los demás y del mundo, porque hemos sido creados para cuidarnos y en el ser y hacer nos humanizamos, vamos haciéndonos radicalmente humanos.

Ya el Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes, 24 y 27 señalaba que “Dios, que cuida de todos con paternal solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia humana y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios (…) El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no pueden encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.

Por eso el Concilio defiende “el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente, no sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro”.

Más recientemente, el papa Francisco insistía en que “los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan”. La esperanza no desfallece, ya que como decía Bergoglio, “no hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde los profundo de los seres humanos”, por lo que hacía una apelación muy concreta: “A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle” (Laudato si’, 205).

Caridad política

Para Porcar, la Iglesia ha de seguir empeñada en desarrollar la centralidad del amor, como vivencia de la caridad, camino de humanización, de comunión y de fraternidad. Es lo que se conoce en la Doctrina Social de la Iglesia como caridad política, que convierte la dignidad y los derechos de los empobrecidos en prueba verificable de la vida cristiana y nos llama a trabajar por el bien común, desde la centralidad de la compasión.

Esta es la “la revolución de la misericordia” que predica la Iglesia, que se reconoce servidora de los pobres y promueve la “cultura del encuentro”, consciente de la importancia decisiva de lo comunitario, sabedora de que “cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad” (Laudato si’, 208).

La comunidad cristiana del siglo XXI tiene ante sí el reto de desvelar y compartir la esencia fraterna que anida en el corazón humano. Francisco proclama en Fratelli tutti, 67, que “ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano (…) La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común”.