Cambiar las políticas migratorias
Queremos recordarlo porque parece que ya los hemos olvidado y no hay ninguna voluntad de cambiar nada. El 24 y el 27 de junio, dos hechos terribles llamaron a la puerta de nuestras conciencias: la muerte violenta de 37 personas migrantes en territorio marroquí junto a la valla de Melilla y de otras 53 asfixiadas en el interior de un camión en San Antonio, Texas, en Estados Unidos.
Dos hechos que son consecuencia de sendas políticas migratorias que se parecen mucho, la de la Unión Europea y la de Estados Unidos: blindar las fronteras –alentando así el negocio de las mafias que trafican con personas– para rechazar a inmigrantes y personas que buscan refugio, para rechazar a los pobres. Son políticas que matan. Centrándonos en el caso europeo, son manifestaciones de «la cultura de la muerte que hay detrás de la política migratoria europea y española que cada año se cobra miles de vidas», como denuncia Justicia y Paz.
Los hechos llamaron a la puerta de nuestra conciencia como sociedad, pero, ¿queremos abrir la puerta? Parece que no, porque si lo hiciéramos estaríamos reclamando con todas nuestras fuerzas y todos los días cambiar esas políticas migratorias que matan. Tenemos un grave problema como sociedad. Hay que decirlo con toda claridad: es urgente cambiar unas políticas migratorias que matan.
Los Estados tienen la responsabilidad de regular los flujos migratorios, pero no tienen, nunca, ningún derecho a hacerlo sacrificando los derechos humanos más elementales. Como señala la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y la Movilidad Humana de la CEE, «necesitamos una migración ordenada a través de vías legales y seguras (…) La externalización y militarización de las fronteras por sí sola, no terminará con los problemas y las causas». Al contrario, seguirá matando. ¿Seremos capaces de entenderlo alguna vez?
Para hacerlo tendremos que comenzar por dejar de creer como sociedad mentiras como la de hablar de «invasión», «ilegales»…, porque lo que son es hermanos y hermanas pobres que sufren y huyen de guerras, hambrunas, miseria… ¿Cuándo dejaremos de justificar lo injustificable y tanta inhumanidad? En este sentido, el arzobispo emérito de Tánger, Santiago Agrelo, señala que hemos de acabar con «la ley del silencio (…) el silencio impuesto sobre la vida de los emigrantes, sobre las innumerables muertes de los caminos de la inmigración clandestina, sobre la vejación, humillación, esclavización a que son sometidos los que no mueren (…) falta pasión por la verdad, falta complicidad con las víctimas, en esta sociedad agradecemos que nos mientan y nos dejen tranquilos».
La ausencia de respeto a la dignidad de las personas en las fronteras y la articulación de políticas migratorias que matan se hace porque se ha producido «una pérdida de ese sentido de la responsabilidad fraterna, sobre el que se basa toda sociedad», denuncia el papa Francisco (Fratelli tutti, 40). Recordamos, una vez más, sus palabras que apuntan a lo que daña nuestra humanidad como sociedad: «Los migrantes no son considerados suficientemente dignos (…) y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona (…) Nunca se dirá que no son humanos, pero en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno» (FT 39). •
#OtraPolíticaMigratoriaESposible
Comisión Permanente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).
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