La marginalidad del cristianismo de los orígenes

La marginalidad del cristianismo de los orígenes

De Jerusalén a Roma. La marginalidad del cristianismo de los orígenes
Rafael Aguirre (Ed).
Verbo Divino, 2021. 264 páginas

El renacido interés por el estudio histórico del cristianismo responde al impulso para ser más fieles a su origen, deshaciendo, si llega el caso, interpretaciones teológicas erróneas o meramente coyunturales, pero también a la necesidad, cada vez más sentida, de encontrar nuevos caminos de renovación y evolución.

Este es el tercer libro de la serie producida por el grupo de estudios bíblicos que coordina el excepcional teólogo e historiador Rafael Aguirre, tras “Así nació el cristianismo” y “Así vivían los primeros cristianos”, todos ellos de la editorial Verbo Divino.

“La historicidad es el lugar para discernir la acción del Espíritu, que remite siempre al pasado de Jesús, pero va más allá porque las situaciones sociales cambian y el hombre Jesús no agota la mediación de Dios en la historia”, nos dicen sus autores al final de libro.

Este ensayo coral analiza la actitud de los grupos cristianos minoritarios y marginales frente al judaísmo y el Imperio Romano, durante su periodo de institucionalización incipiente que dio lugar, con el correr del tiempo, a que esta religión sea “la base del sistema cultural más solido y extendido de la historia”.

Si la condición marginal y minoritaria es constitutiva del cristianismo, resulta lógico, como hacen los autores, preguntarse por su futuro, en un mundo lleno de incertidumbres y en medio de la crisis radical de esta religión, como poco, en la cultura europea.

El trabajo comienza por definir la categoría sociológica de marginalidad, aplicada al Reino de Dios proclamado por Jesús. Según Carmen Bernabé, aparece como un espacio o lugar imaginado al que adherirse voluntariamente, donde se hacen posibles nuevas prácticas, nuevas relaciones y nuevas identidades.

Carlos Gil aborda la nueva identidad política promovida por Pablo en Filipos, mientras que Estela Aldave da cuenta, en cambio, de la postura de Juan, cuyo mayor misticismo podría entenderse como una fase de repliegue interior del cristianismo. De hecho, el Apocalipsis contiene una advertencia urgente a huir de la nueva Babilonia, si bien, según Sergio Rosell, sobre todo, trata de promover la conversión de las comunidades, para que sean capaces de habitar ese espacio intermedio, donde “discernir posibilidades, estrategias plausibles desde un centro alternativo y silencioso, pero aún más poderoso, que ya está en marcha y que en realidad ha estado ahí mucho tiempo”.

La comunidad romana liderada por el obispo Clemente, en cambio, fue más pragmática, acogiendo favorablemente algunos valores sociales hegemónicos de su época, compatibles con su fe cristiana, sin renunciar a altas exigencias éticas, como cuenta David Álvarez.

Por el contrario, Fernando Rivas, detalla cómo en Antioquia, el obispo y mártir Ignacio, combatió las incipientes herejías y marcó un modelo de liderazgo, entre paternal y patronal, que acabó siendo imitado posteriormente.

Elisa Estévez analiza cómo la vivencia de la fe afectó a la concepción del trabajo y del dinero, en un muy interesante capítulo, que sin duda permite paralelismos relevantes con nuestro presente.

La parte escrita por Rafael Aguirre, insertada hacia la mitad del libro, en realidad, sirve para desarrollar las implicaciones teológicas que derivan de la poderosa imagen de “la piedra rechazada” sobre la que se construye la religión cristiana como una subversión, no ya del orden político, sino de la historia, a partir de la cual ya no puede continuar sin contar con el sufrimiento de las víctimas y descartados, de lo que se derivan consecuencias inexcusables para la Iglesia en la actualidad.

En el último capítulo, el grupo de trabajo reflexiona en conjunto sobre las perspectivas para el cristianismo que se abren al indagar en las actitudes y comportamientos de las comunidades de los orígenes y reparar en la determinación y creatividad propia, paradójicamente, de su carácter de marginalidad.

No tienen dudas estos autores. “Es la hora de un cristianismo más plural, con capacidad de encarnarse en culturas y países muy diversos. Tendrá que ser un cristianismo más vivo y participativo que el que se apaga en Europa”, llegan a decir. En su opinión, “es urgente una reforma de las estructuras de la Iglesia católica”.

Más en concreto, la dirección de los cambios en las iglesias cristianas, señalan, precisamente, “por fidelidad a sus orígenes” deben reflejar en sus estructuras organizativas “el máximo de transparencia, participación  y democracia”.