El cuidado integral: Cuidar al modo de quien amasa pan

El cuidado integral: Cuidar al modo de quien amasa pan
Foto | Dominik Lange (unsplash)
Las personas somos seres vulnerables dentro de un entramado de relaciones, también con la naturaleza. De ahí que, como propone la teóloga Montse Escribano, la mística del cuidado suponga un modo de entendernos y de situarnos en el mundo, para dejarnos encontrar por las necesidades de los demás.

El «cuidado» es un intento de sostener la vida, la propia o la ajena. Es una respuesta humana frente a un cuerpo, a una realidad o a una situación que nos reclama. El cuidado es humano, porque es una posibilidad que se nos abre cuando se presenta el dolor, el daño, la injusticia o la ausencia de dignidad.

Así que, cuando estas situaciones aparecen, demandan alguna forma de contestación por nuestra parte que, de darse, nos «hace próximos» y nos «aprojima» a esa vida o realidad.

Desde una perspectiva creyente, el cuidado no es un acto único, sino una manera continuada de responder. Antes de ser una «respuesta», el cuidado es primero una capacidad humana, es decir, nos predispone a una situación en la que antes no habíamos reparado. Podríamos decir que es una competencia personal y compartida que muestra nuestro carácter y que manifiesta nuestro ethos profundo. Este rasgo humano es una posibilidad con la que el dios trinitario cuenta para, no solo ayudarnos y sostenernos, sino para que podamos reconocer que este o aquella es «carne de mi carne» (Gn 2, 23).

El cuidado no es solo la forma ética de abordar la realidad en estos momentos, sino que es también un modo místico de situarnos en ella y de buscar a Dios. Para ello, el mundo bíblico nos ofrece un amplio entramado de posibilidades, de lenguajes, de formas simbólicas con las que entender en qué consiste el «cuidado integral» que ha propuesto el papa Francisco. Iremos en este escrito acercándonos poco a poco a su significado.

Este tiempo de cese de la convivencia social, de alejamiento, de distanciamiento, de ausencia de movilidad ha mostrado que el cuidado ha sido una constante que ha hecho frente a otras carencias materiales, sociales o sanitarias. El confinamiento y el distanciamiento social fueron asumidos como herramientas sociales para evitar más contagios y muertes. Sin embargo, el aislamiento y la separación han puesto en evidencia que la falta de comunicación humana, la interacción y el encuentro cálido con otras vidas genera ciertos déficits emocionales y espirituales.

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Durante este tiempo, la vida social ha experimentado situaciones de excepcionalidad ante el riesgo biológico que atravesamos y ante la posibilidad de ser «des-cuidadas». Para muchas personas, este mal vírico ha provocado también que nuestras miradas hacia aquello que sostiene y posibilita la vida humana variaran y se focalizaran en el cuidado y en todo lo que necesita para llevarse a término. De este modo, los cuidados han sido el modo humano de hacer frente a la posibilidad del contagio y de entendernos como «casa común», como sostiene el papa Francisco, pues el tiempo de repliegue humano ha supuesto un descanso para la vida natural.

Es cierto que la atención sobre el cuidado no ha sido en todos los casos del mismo modo. Tampoco todas las personas y situaciones han dispuesto de las mismas condiciones materiales, económicas o espirituales para responder de un modo cuidadoso. Aunque, al tiempo que hemos vivido una grave crisis experimentada a nivel mundial, también ha supuesto una oportunidad global para que afloraran diversas preguntas, cuestionamientos e interpelaciones acerca de nuestro sistema de creencias, de valores y de hábitos políticos.

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