“Nuestra indiferencia lo condena al olvido”

“Nuestra indiferencia lo condena al olvido”

A primeros de febrero y, como es habitual desde hace 63 años, Manos Unidas presentó su Campaña anual a la sociedad española. Una Campaña que, cuando la pandemia de coronavirus está a las puertas de pasar a la historia en Occidente, pone el foco en la desigualdad, el mayor reto al que se enfrentan las sociedades a día de hoy y, también, la mayor amenaza para la humanidad. Porque la desigualdad, que no cesa de aumentar y se alimenta de indiferencia e inacción, se ha acrecentado durante la pandemia y ha vuelto a ampliar la brecha entre los países pobres y ricos. Y esa inequidad será la que, si no se pone remedio, va a incrementar en 500 millones el número de persona empobrecidas, además de acrecentar las vergonzantes cifras del hambre en el mundo.

Combatir y denunciar las causas que perpetúan y acrecientan esas desigualdades es uno de los principales objetivos de Manos Unidas desde su fundación hace más de seis décadas. Porque nuestro sobrenombre de “Campaña contra el Hambre”, no solo alude a una batalla para acabar con una de las mayores lacras que afectan a la humanidad y que condiciona la vida presente y futura de 811 millones de personas, sino al trabajo incesante para denunciar y hacer frente a las estructuras injustas que perpetúan el hambre y la pobreza: la vulneración constante de los derechos fundamentales de millones de personas, la proliferación de las actividades extractivistas, el acaparamiento de tierras, la explotación laboral, la especulación con el precio de los alimentos y de las materias primas…

Por eso, el lema de nuestra Campaña de 2022, “Nuestra indiferencia los condena al olvido”, quiere ser un revulsivo que mueva conciencias adormecidas y anestesiadas y que saque lo mejor todo ser humano lleva dentro para combatir lo que el papa Francisco llamó, en Evangelii gaudium, “la globalización de la indiferencia”. Una apatía que nos hace pensar que nada podemos hacer para poner fin al sufrimiento ajeno.

“Casi sin advertirlo –decía Francisco– nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de otros, ya no lloramos ante el drama de los demás, ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena, que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”.

Para Manos Unidas, la muerte de miles de personas que ven su vida y sus sueños naufragar en su búsqueda de la paz y la estabilidad para ellos y sus familias, nunca podrá ser un espectáculo. Es un drama terrible que debería hacernos, si quiera, pensar en lo afortunados que somos por vivir en esta calle de la aldea global. La guerra en el Tigray etíope, silenciada por el propio gobierno de Etiopía, que amenaza la vida de millones de personas, ante la total indiferencia de la comunidad internacional, no es un espectáculo, es una tragedia. Como también lo son las guerras de Yemen, de Siria, de la RDC, de la República Centroafricana… Y las persecuciones y matanzas motivadas por conflictos que ponen como excusa la religión o el abuso y maltrato a mujeres y niñas… Tragedias son también los asesinados de los defensores de los derechos humanos y de las minorías étnicas, que quedan impunes ante la indiferencia de la mayoría…

Y, por supuesto, tampoco es un espectáculo el hambre de 811 millones de personas, que carecen de alimentos en un mundo de abundancia. Recientemente, en Colombia, donde la pandemia ha incrementado la inseguridad alimentaria, fundamentalmente entre las poblaciones indígenas y campesinas, un grupo de jóvenes de la etnia wayúu, una de las más castigadas por esas estructuras que perpetúan el hambre a las que acabo de aludir, incapaces de permanecer indiferentes ante este drama, iniciaba una huelga de hambre para conseguir llamar la atención sobre una de las realidades olvidadas en su país: el hambre que, cada año lleva a la muerte a decenas de niños wayúu en el desierto de la Guajira. Uno de estos jóvenes, Luis Lobo, del movimiento La Guajira Resiste, explicaba lo que para él es el hambre: “Cada vez que una persona muere de hambre, especialmente si es un niño, nosotros regresamos a la barbarie. El hambre es una contradicción que nos lleva a preguntarnos si realmente somos un mundo humano”. Unas palabras cargadas de razón, que deberían servir para vencer cualquier clase de indiferencia y mover a una reflexión profunda sobre el mundo que estamos creando. Porque, permitir que una sola persona muera de hambre, es permitir que la desigualdad, la indiferencia, el olvido y el abandono ganen una partida que nunca debería llegar a estar sobre el tablero y supone un auténtico fracaso para la humanidad”.

Para poner fin a ese fracaso, y porque cada vez se hace más urgente acabar con el hambre y la pobreza, pedimos a la sociedad española un esfuerzo adicional. Sabemos que la crisis en España está siendo dura y somos conscientes de que, por el sentimiento de cercanía y vecindad, la reacción primera es ayudar al que se tiene más cerca, pero, como siempre resaltamos en Manos Unidas, lo que para nosotros puede ser una carencia o una crisis pasajera, para millones de personas es cuestión de vida o muerte.

En nombre de Manos Unidas y de aquellos que sufren la injusta realidad del hambre y la pobreza, pido a quienes piensan que acabar con estas lacras no es algo que le corresponda, que se quiten la máscara que les anestesia y no den la espalda al drama que supone la supervivencia diaria para millones de personas más allá de nuestras fronteras.