Sínodo, un espacio de apertura y libertad

Sínodo, un espacio de apertura y libertad
Foto | Vía @laicos_ensalida

1. El Espíritu renovador

Estamos en un kairós, que ofrece a la Iglesia una renovación profunda, la renovación verdadera, que procede de la vivencia intensa de la fe. No es un sueño, sino una realidad que llama a las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida. El Sínodo debe ser un tiempo habitado por el Espíritu.

En la senda del Concilio

El Espíritu Santo rejuvenece a la Iglesia con la fuerza del Evangelio (cf. Lumen Gentium, 4). Aquí encontramos las claves no solo de la renovación constante, sino el impulso evangelizador, que es consustancial la fe cristiana. En la época del Concilio Vaticano II un viejo Papa, Juan XXIII, encarnó una Iglesia viva y joven, cercana y fraterna, de brazos abiertos y corazón habitado. Una Iglesia que es hogar. “Ahora más que nunca —decía el papa Juan al final de su vida—, ciertamente más que en los siglos pasados, estamos destinados a servir al hombre en cuanto tal y no solo a los católicos; a defender ante todo y en todas partes los derechos de la persona humana y no solo los de la Iglesia católica. Las actuales circunstancias, las exigencias de los últimos años, la profundización doctrinal, nos han conducido ante realidades nuevas. No es el Evangelio el que cambia: somos nosotros quienes comenzamos a comprenderlo mejor. Quien ha vivido largamente como yo y ha podido confrontar culturas y tradiciones diversas, sabe que ha llegado el momento de reconocer los signos de los tiempos, de aprovechar la oportunidad y mirar lejos”(palabras pronunciadas el 24 de mayo de 1963, pocos días antes de morir).

Ahora, casi sesenta años después, en un tiempo marcado por la pandemia, los desequilibrios y la violencia, en una Iglesia sacudida, en gran parte, por los miedos, la vergüenza y el cansancio, otro Papa anciano, Francisco, lleno de la fuerza renovadora del Espíritu, nos convoca a Sínodo, a hacer camino juntos para entrar en la amplitud de Dios, a revitalizar las raíces de nuestra fe, que es experiencia del Resucitado. “Cuando la Iglesia testimonia, de palabra y de obra, el amor incondicional de Dios, su extensión hospitalaria, expresa verdaderamente su propia catolicidad. Y es impulsada interior y exteriormente, a cruzar espacios y tiempos. El impulso y la capacidad provienen del Espíritu. Recibir la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos: este es el camino de nosotros Iglesia, y seremos Iglesia si seguimos este camino” (Discurso del Santo Padre Francisco a los fieles de la diócesis de Roma, 18 de septiembre de 2021).

Sínodo, la aventura del amor verdadero

Sínodo es “caminar juntos” como Iglesia. Es decir, participar, implicarnos en el proyecto salvífico del Señor Jesús. Esto confiere un enorme dinamismo a la vida cristiana. Nos hace salir de nuestras seguridades, de nuestras “zonas de confort”, de nuestros egoísmos, para abrirnos a la plenitud, para ir más allá, superando las fronteras interiores y exteriores. Y lo hacemos no en soledad, sino en comunidad, en familia. Nadie está excluido, nadie es rechazado. “Soy hombre y nada de lo humano me es ajeno, escribió Terencio en el siglo II. “Hombre soy y entre los hombres vivo”, se hacía eco san Agustín (Carta 78, 8). Y san Pablo VI, en su visita a la ONU, presentaba a la Iglesia como “experta en humanidad”. Sínodo es, sin duda, la aventura del amor verdadero.

2. Un camino de conversión

La Iglesia en actitud de escucha

La sinodalidad es apertura, dinamismo, encuentro. Nos lleva a derribar los muros de separación, a superar las fronteras. Significa integración, disponibilidad, acogida. Para eso hace falta humildad, bajar del pedestal, abandonar cualquier pretensión de triunfalismo, renunciar a ese orgullo que viene de la autosuficiencia y que bloquea la acción del Espíritu. Necesitamos un corazón en sintonía con el Señor Jesús, un corazón vivo. Tal vez sea bueno volver a meditar, en el libro del Apocalipsis, la carta a la Iglesia de Éfeso (cf. Ap. 2, 1-7), una comunidad cumplidora, de recta doctrina, esforzada, pero que había olvidado el amor (amor fundamental, amor necesario, amor primordial).

La encíclica Fratelli tutti expresa la confianza radical en el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (n. 9). Ciertamente, Dios no rechaza a nadie y la Iglesia tampoco. Pero podemos dar un paso más: escucharnos unos a otros y, juntos, escuchar al Espíritu. Aquí encontramos la clave del diálogo interreligioso y la apuesta sinodal por la apertura a quienes están en los márgenes, de abrirnos a todos los que quieran participar y ayudarnos. Veámoslo detenidamente.

La verdadera reforma

El dinamismo sinodal tiene entonces un carácter marcadamente positivo, porque se orienta a la coherencia, a profundizar, revitalizar y testimoniar lo que es la esencia de nuestra fe, la participación en la Buena Noticia que es Cristo, animados y vivificados por el Espíritu. Esta realidad se concreta en el término “comunión” (Sínodo es “caminar juntos”): comunión en Cristo Resucitado y entre todos los cristianos. La comunión orienta e impulsa a la misión, es decir, a comunicar, a testimoniar la Buena Noticia en el mundo, a llevar a Cristo a todos los rincones, no solo geográficos. Somos respuesta de Dios, su presencia en el mundo desde la identificación con el Resucitado. Somos su voz y su presencia: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

El papa Francisco, en el discurso durante el momento de reflexión para el inicio del proceso sinodal, el 9 de octubre, hizo referencia a un pensamiento de Yves Congar, O.P. El texto completo del teólogo dominico dice así: “No hay que cambiar la Iglesia y, sin embargo, hay que cambiar algo en ella. No hay que hacer otra Iglesia, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta” (Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, Madrid 2014, 213). No crear otra Iglesia, sino crear una Iglesia diferente. Este es el sentido de la verdadera reforma, la que proviene de la identificación con Cristo y de la radicalidad del Evangelio, la Buena Noticia que transforma el mundo. Este es el objetivo del discernimiento sinodal y de la escucha al Espíritu “en” y “desde” el Pueblo de Dios. Se trata de un camino de autenticidad y coherencia, un evento espiritual.

3. Inclusión de los márgenes

El amor como referencia

La Iglesia, para discernir la voz de Dios, necesita el diálogo y la apertura, no entendidos como pérdida de identidad, sino ámbito de encuentro donde escuchar al Dios vivo y verdadero, Padre común, que nos crea a su imagen. Todo ser humano que, con buena voluntad, quiera ayudarnos y participar en nuestro camino, no solo no es un obstáculo, sino que es bienvenido. Recordemos el esclarecedor pasaje de la Primera Carta de san Juan: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16). Por eso el Concilio hace referencia a quienes, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad. E incluso a quienes no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios (cf. Lumen gentium, 16). El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano, que es asociado al misterio pascual. Y explícitamente, el Concilio recuerda: esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible (cf. Gaudium et spes, 22). A estos se abre también el proceso de escucha.

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Tocar las llagas de Cristo

Demos un paso más. La sinodalidad representa el camino principal para la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra. Solo una Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad, en la fidelidad a lo que anuncia, podrá situarse al lado de los pobres y de los últimos y prestarles la propia voz (cf. Documento preparatorio, 9).

El papa Francisco nos ha invitado en muchas ocasiones a tocar las llagas de Jesús, que son los problemas de la gente que sufre. Del contacto con las llagas surge la misericordia. No solo se trata de romper la burbuja que nos aísla, de acercarnos a la gente, sino de privilegiar a los que sufren, de optar preferentemente por los pobres como opción evangélica. En este sentido san Agustín es rotundo: “Hay dos modos de delinquir contra el prójimo: uno es causándole daños y otro negándole nuestra ayuda cuando se le puede prestar” (Costumbres de la Iglesia 1, 26, 50). Y en otro texto, insiste el santo obispo de Hipona: “Cada uno de vosotros espera recibir a Cristo sentado en el cielo; vedle yaciendo en un portal; vedle pasando hambre, frío; vedle pobre, peregrino. Haced lo que acostumbráis, haced lo que no acostumbráis. Es mayor el conocimiento, sean más las buenas obras. Alabáis la semilla, mostrad la mies. Amén” (Sermón 25, 8).

El proceso sinodal hará posible la superación del clericalismo, porque nos pone en comunión con Cristo y con los hermanos y hermanas, sin exclusiones. Se trata del servicio, no del poder; de la apertura, no del enrocamiento; de la comprensión, no de la rigidez; de la misericordia no del corazón de piedra. Se trata de participar en la vida de Cristo, que no es otra cosa que participar en su amor. ¿Qué espacio tiene en nosotros, en la realidad eclesial en la que vivimos, la voz de las minorías, de los descartados y de los excluidos? (cf. Documento preparatorio, 30).

Los excluidos, lugar teologal

El proceso sinodal, que tiene sus raíces en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, ofrece la posibilidad de fortalecer las sinergias en todos los ámbitos de la misión (cf. Francisco, Discurso con motivo del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015). Se inicia en las periferias y fluye al centro para volver de nuevo a las periferias. Y es que, como señala frecuentemente el Papa, desde las periferias existenciales se contempla las realidades de modo más auténtico. Encontramos la sangrante situación de las personas que llaman a nuestra puerta desde los márgenes existenciales, los excluidos, las víctimas de la insolidaridad y de la globalización economicista. Toda persona es imagen de Dios, el contacto con el hermano, con la hermana sufriente, nos remite a lo esencial, al Dios-con-nosotros, que se encarna por amor y desde el amor nos redime. Y nos abre a la dinámica salvífica.

El cambio, la renovación profunda que anhelamos y que se anuncia, vendrá por medio de la sincera conversión del corazón al Evangelio que dilata el horizonte y nos hace mirar a los lejanos y cuidar de los pobres: “No se pasa junto a los hermanos que sufren en dignidad y silencio, sin sentirnos solidarios con ellos, en adhesión al mandamiento de la caridad, que no debe ser solo fugaz sentimentalismo filantrópico, sino eficaz deseo de compadecer, de ofrecer, de pagar personalmente” (San Pablo VI, Discurso a la Radiotelevisión italiana, 18 de febrero de 1965). Evangelizar supone salir de nosotros mismos. Aquí encontramos la clave de lo que se ha denominado “Iglesia en salida”. La Iglesia guiada por el dinamismo del Espíritu, que nos hace caminar juntos.

Quiero terminar con un hermosísimo y significativo texto del papa Francisco, que plantea de forma clara el sentido del Sínodo que ha comenzado y al que todos estamos llamados a participar: “Los pobres, los mendigos, los jóvenes drogadictos, todos estos que la sociedad descarta, ¿forman parte del Sínodo? Sí, querido, sí, querida: no lo digo yo, lo dice el Señor: son parte de la Iglesia. Hasta el punto de que si no los llamas, ya veremos cómo, o si no vas a verlos para pasar un rato con ellos, para escuchar no lo que dicen sino lo que sienten, incluso los insultos que te dedican, no estás haciendo bien el Sínodo. El Sínodo llega a los límites, incluye a todos. El Sínodo es también dar espacio al diálogo sobre nuestras miserias, las miserias que tengo yo como obispo vuestro, las miserias que tienen los obispos auxiliares, las miserias que tienen los sacerdotes y los laicos, y los que pertenecen a las asociaciones; ¡acarrear toda esta miseria! Pero si no incluimos a los miserables —entre comillas— de la sociedad, a los descartados, nunca podremos hacernos cargo de nuestras miserias. Y esto es importante: que en el diálogo puedan surgir nuestras propias miserias, sin justificación. ¡No tengáis miedo! Es necesario sentirse parte de un gran pueblo destinatario de las promesas divinas, abierto a un futuro que espera a todos para participar en el banquete preparado por Dios para todos los pueblos (cf. Is 25, 6)” (Discurso del Santo Padre Francisco a los fieles de la diócesis Roma, 18 de septiembre de 2021).

Nos ponemos en camino, juntos, en unidad pluriforme. Que el Espíritu Santo nos guie en esta aventura de renovación y esperanza.