¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba…? (Lc 24, 32)

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba…? (Lc 24, 32)
II EMMP, Bolivia. Foto | L'Osservatore Romano

Llegar o no al corazón de las personas depende, en gran medida, en cómo trasmitas los mensajes y si en ellos te va la vida, y no me refiero a perderla o ganarla, sino en que la de otros pueda ganarse o perderse.

La capacidad comunicadora, ya de por sí difícil, se complica cuando te sabes el foco de las miradas y la diana de todas las críticas, pues a la tarea de intentar expresarte con claridad, decir lo que se quiere decir y llegar a quien se quiere llegar, se le suma la mota que siempre verán en tu ojo.

Las palabras aumentan su impacto exponencialmente cuando transparentan el Espíritu, cuando te abren la conciencia, te remueven, te avivan la Esperanza, cuando se convierten en dardos que aguijonean tu vida bien cómoda y anestesiada.

Así es como me siento yo con los mensajes del papa Francisco, y con el que ha dirigido a los movimientos populares en su cuarto encuentro, aún más. No porque plantee grandes novedades, sino porque lo que expresa siempre lo hace nuevo.

Siento que me lee el corazón y dice las palabras que necesito, aquellas que pueden que se encuentren en tu intelecto, quizás escritas en alguna parte de tu cerebro, agazapadas en algún rincón de tu mente, pero que no atinan la manera de escenificarse con precisión y total claridad, que no hallan la forma ni el camino de salida al mundo. Te piensa y cuando lo lees o le escuchas, la admiración se hace presente: ¡eso es, eso es!

Pero después de este primer impacto, sus palabras me invitan a detenerme en los detalles de su mensaje, el leerlo desde las mismas claves en las que se produjo el asombro de sentirme descubierta: alegría y esperanza.

En este mensaje dirigido a sus “queridos poetas sociales” y, ahora también, “samaritanos colectivos”, como ha renombrado a los movimientos populares, se exhiben altas dosis de denuncia y anuncio, de sueño y de acción. Combina a la perfección lo que es con lo que podría ser, sin entelequias, sino con el convencimiento profundo de que comunitariamente podremos traspasar los “límites estrechos que nos imponen” y proponer “nuevos mundos posibles”.

Nos invita a soñar juntos ese futuro, a no elegir el camino fácil, sino el difícil, utilizando la imaginación “ese lugar donde la inteligencia, la intuición, la experiencia, la memoria histórica se encuentran para crear, componer, aventurar y arriesgar”, aunque nos alerta que en el mundo existen muchas resistencias y peligros, que las estructuras de pecado no contribuyen al cambio personal ni social, algo que no debemos de ignorar a la hora de determinar nuestro compromiso y acción, porque “los grandes laboratorios, los grupos financieros y organismos internacionales, las grandes corporaciones extractivas, las alimentarias, los fabricantes y traficantes de armas, los gigantes de la tecnología, de las telecomunicaciones, los medios de comunicación, los países poderosos, los gobiernos y políticos” también deben  ajustar su forma de funcionar para que pongan en el centro a la persona humana. Y a los “líderes religiosos” les pide que estén y luchen junto a “los pueblos, trabajadores, humildes”, tendiendo puentes de amor y provocando empatía por estos grupos sociales en el resto de la sociedad.

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Su propuesta de soñar juntos y de actuar parte del análisis de la realidad hecho desde las periferias, otea el mundo desde ahí, pues se “ve más claro”; contempla con detalle y dolor el sufrimiento de a quienes esta sociedad considera descarte y desecho. Su buen Ver es lo que le lleva a concretar propuestas de actuación, reconociendo que son posibilidades “medidas necesarias que pueden permitir cambios significativos, pero no suficientes”, pues la respuesta la debemos encontrar entre todos y todas.

Basándose en los principios de solidaridad, subsidiariedad y participación, que emanan de la tradición de la Iglesia, de su doctrina social, propone, y no se anda por las ramas, un ingreso básico o salario universal y la reducción de la jornada laboral.

Un ingreso básico que permita la justa distribución de la riqueza y un reparto equitativo de las cargas fiscales para que no sean siempre los mismos quienes las asuman en mayor medida.

La reducción de la jornada laboral para que un mayor número de personas acceda al mercado laboral y puedan recuperar en lo que tanto él insiste: “la dignidad la da el trabajo”.

Como buen lector de los signos de los tiempos, Francisco urge a los Gobiernos a poner en marcha estas medidas y aquellas otras que se han planteado en los anteriores encuentros de los movimientos populares; también hace una llamada a que estos movimientos se esfuercen para que su voz sea escuchada, que mantengan su atención sobre quienes se encuentran en las cunetas de nuestra sociedad, golpeados por el individualismo, egoísmo, la indiferencia de un sistema cuya “lógica implacable de la ganancia” excluye y genera narrativas intolerantes y xenófobas, culpabiliza a los empobrecidos y nos deshumaniza.

Les pide que sigan dando de comer, multiplicando el pan, luchando por la vida donde este sistema siembra muerte.

Porque lo que está en juego es el Evangelio.

 

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