En el nombre de Dios os pido…
Los profetas del Antiguo Testamento hablaban en nombre de Dios: “Así dice el Señor”, (Is 45, 1; 48, 17; 49, 8; 50, 1; Jer 9, 22; 10, 2…) Podían –y debían– hacerlo así por su íntima relación con Dios y su compasiva pertenencia al pueblo de Israel, aunque en ello les fuera casi siempre la vida.
Su mirada sobre la realidad, sobre la opresión que sufría el pueblo, era la mirada compasiva y dolida de Dios. Su palabra de denuncia y anuncio, de clamor y esperanza, era la palabra conmovida de Dios ante aquella situación deshumanizada que sufrían los pobres. No tenían palabra propia, solo la recibida de Dios que proclamar.
Hemos escuchado a otros profetas a lo largo de la historia. San Oscar Romero clamaba: “En nombre de Dios les pido: cese la represión”, ante las muertes injustas del pueblo salvadoreño.
Hoy ha vuelto a escucharse una voz profética, la de Francisco, en el videomensaje dirigido al IV Encuentro de Movimientos Populares.
Una voz profética que ha vuelto a mostrar una mirada compasiva, la de Dios, capaz ver, de escuchar y acoger el clamor de una humanidad sufriente. Una voz profética que, en nombre de Dios, ha vuelto a clamar por la actuación, posible y necesaria, para acabar con ese sufrimiento. Una voz profética que ha vuelto a señalar las causas y los causantes del sufrimiento humano provocado de tantas formas distintas por este sistema que mata.
Una voz profética capaz de reconocer la profecía que encarnan los movimientos populares –poetas sociales y samaritanos colectivos–. “Quiero agradecerles porque ustedes sintieron como propio el dolor de los otros. Ustedes saben mostrar el rostro de la verdadera humanidad; esa que no se construye dando la espalda al sufrimiento del que está al lado sino en el reconocimiento paciente, comprometido y muchas veces hasta doloroso de que el otro es mi hermano (cfr. Lc. 10, 25-37) y que sus dolores, sus alegrías y sus sufrimientos son también los míos (cfr. GS 1). Ignorar al que está caído es ignorar nuestra propia humanidad que clama en cada hermano nuestro.”
Una voz profética que reconoce en los avances en humanidad que los pobres pueden generar esperanza porque desvelan la presencia viva del Resucitado, y que es capaz de percibir los pequeños signos que manifiestan la cercanía del Reino. Por eso puede señalarlos, y alentar la esperanza que en esos gestos samaritanos se encierra. Por eso puede seguir convocando –en el nombre de Dios– a la conversión al amor y a la fraternidad.
Si yo fuera un gran laboratorio, un grupo financiero, una gran corporación extractiva o alimentaria, fabricante o traficante de armas, gigante de las tecnologías o las comunicaciones, líder político de cualquier partido, o gobernante de país poderoso, no hubiera sabido donde esconder –avergonzado– el rostro, ante el clamor, el dolor, y la Palabra que, en nombre de Dios, junto a los pobres de la tierra, el Papa ha hecho suyo, y de la Iglesia. También para la Iglesia ha tenido voz profética e invitación a la conversión.
No soy nada de eso, pero también a mí personalmente se dirige proféticamente el papa en el nombre de Dios
Y en esa profecía vital, contundente, deja caer dos propuestas sencillas, casi irrisorias frente a la magnitud del mal: renta básica universal y reparto del trabajo mediante la reducción de la jornada laboral. Ninguna de ellas es una propuesta nueva. Ambas tienen ya un cierto recorrido. Pero hoy han sonado proféticamente nuevas, realizables, posibles y necesarias.
La invitación de Francisco a soñar juntos pasa por el sueño compartido del trabajo decente, por hacer vida, desde los principios evangélicos de la DSI el sueño de humana dignidad que Dios sueña para todos. La invitación –el reclamo profético– de Francisco nos descoloca porque nos reubica necesariamente en las periferias.
“Hermanas y hermanos, estoy convencido de que “el mundo se ve más claro desde las periferias”. Hay que escuchar a las periferias, abrirle las puertas y permitirles participar. El sufrimiento del mundo se entiende mejor junto a los que sufren. En mi experiencia, cuando las personas, hombres y mujeres que han sufrido en carne propia la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder, las privaciones, la xenofobia, en mi experiencia veo que comprenden mucho mejor lo que viven los demás y son capaces de ayudarlos a abrir, realistamente, caminos de esperanza.”
“Estemos junto a los pueblos, a los trabajadores, a los humildes y luchemos junto a ellos para que el desarrollo humano integral sea una realidad. Tendamos puentes de amor para que la voz de la periferia con sus llantos, pero también con su canto y también con su alegría, no provoque miedo sino empatía en el resto de la sociedad.”
En el nombre de Dios, junto a los pobres, junto a los trabajadores, a pesar de mi pecado, yo también lo pido, y me lo pido a mí, y se lo pido a mi Iglesia.
De comienzo en comienzo. Ahora de vicario parroquial, y proyecto de teólogo.