Nada sucede al azar

Nada sucede al azar
Con cierto desconcierto comenzábamos a marchas forzadas este tiempo de confinamiento. De pronto, las clases presenciales se suspendían, pero había que seguir trabajando desde casa o fuera, cuidar y convivir las 24 horas, atender nuestros planes personales y proyectos familiares en confinamiento.

Nos fuimos recolocando poco a poco, turnándonos para ejercer de padres y llevar el seguimiento de las tareas escolares, por momentos agobiantes. Joel, Marta y Mateo, cada uno en un curso, con unas necesidades concretas y con cantidad de peticiones que entregar; organizando las comidas del día, cuando antes el comedor escolar nos daba algo de tregua. Carmen en Cáritas, de forma presencial acompañando a personas sin hogar, y Manolo en el sindicato, trabajando desde casa y atendiendo las consultas de afiliados y comités de empresa.

Mientras, las propuestas no paraban de llegar: retos de harina, gimnasia, manualidades, una canción en la que escribimos parte de la letra y cantamos con otras familias en un proyecto colaborativo. Y mirando de reojo las ofertas culturales, deportivas, gastronómicas, manuales, «telequedadas», entre la frustración por no llegar a todo y las risas ante la paradoja de la agenda social repleta en tiempos de confinamiento. Y, claro, la saturación de mensajes de decenas de grupos de wasap, muchos de ellos inactivos hacía poco, repletos de bulos y gracietas varias, o de vídeos que llamaban a la reflexión y las videoconferencias: Zoom con la familia, Skype con el partido, Hangout con el equipo de la HOAC, Meet, Team…, aprendiendo sobre la brecha a telecomunicarnos, teletrabajar y telequedar.

Trastocada la normalidad, no es raro que aparezca una cabaña en mitad de la casa o que nos pongamos a cocinar galletas o que llamemos a los abuelos casi todos los días. También ha habido ocasión para pintar la casa y ordenar esos cajones y armarios que nunca habían estado ordenados del todo y arreglar ese armario y barnizarlo.

Todo esto hace que nos hayamos tenido que replantear, ahora de manera forzada, nuestra cultura cotidiana hiperactiva, de la que nuestros hijos también son partícipes. Toca equilibrar los diferentes roles y ejercerlos de la mejor manera que sabemos: maestros, cuidadores, compañeros de juego y de cabaña. Y a su nivel, informadores de nuestros hijos para que sepan lo que está sucediendo, intentando no generar ningún tipo de angustia.

Gestionando las emociones

Esta situación de reclusión nos está poniendo a prueba, especialmente a las familias. Lo llevamos apaciblemente bien dentro del hogar. La paciencia, poco cultivada de manera habitual, es un gran recurso. Ante las peleas fraternas y las frustraciones agrandadas por la misma situación, hay que recurrir a la calma. Todavía nos queda mucho por aprender.

Estamos preocupados y ocupados, lógicamente, al ser conscientes de las pérdidas humanas, de la soledad de las personas, de las carencias de las personas cercanas de nuestro mundo obrero empobrecido, ahora si cabe un poco más; de la necesidad urgente del que no tiene nada, de las personas que no tienen un hogar donde confinarse y de qué va a pasar con ese ERTE, con los trabajadores de esa empresa. También preocupados por cómo serán las secuelas y recuperación económica y social de esta pandemia. Habrá que tirar de creatividad, esfuerzo y solidaridad y buscar y reforzar las respuestas colectivas.

Buscamos también tiempos para mantener viva la fe: la celebración doméstica del Triduo Pascual, las bendiciones cotidianas de la mesa, las lecturas del Evangelio, esa pequeña vela encendida y un sencillo vídeo para profundizar en el significado de lo que queremos celebrar.

La música presente

La música, en esta familia, siempre presente, en casi todo momento. Ha habido ocasión para componer, cantar, escuchar esos CD antiguos con nuestros hijos al lado. A partir del artículo «Un virus y un antídoto» de Pedro J. Navarro, militante de la HOAC de Murcia y colaborador también de noticias obreras, en su blog #Alcabodelacalle, surgió la canción «Nada sucede al azar».

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Hemos estado implicados en un festival solidario con la asociación de cantautores de Alicante, con el fin de crear una caja de resistencia para varios miembros con dificultades reales de llegar a fin de mes sin conciertos ni actuaciones en directo. También organizamos conciertos familiares cada dos semanas. Nos hacen mucho bien estos respiros musicales.

Es cuestión de tiempo

Está siendo un momento de introspección personal y familiar, de mirar hacia dentro, de preguntarnos quién conduce nuestras vidas, si nosotros o las circunstancias, dónde están puestos nuestros focos, a qué le damos importancia y, por tanto, en qué gastamos nuestra vida, nuestra energía. La vida, en parte, no es otra cosa que tiempo y debemos preguntarnos con quién, cómo y desde qué perspectiva queremos vivirlo.

Es tiempo oportuno para volver al hogar, no solo el que nos sostiene en sus cimientos, sino a nuestro hogar interior, a la búsqueda de lo que realmente somos, y que, aunque suene paradójico, muchas veces desconocemos. Tiempo de valorar lo que somos y somos capaces de desarrollar, a perdonarnos, a sonreírnos, a aceptarnos, a mirarnos desde el silencio.

También nos está haciendo recapacitar sobre cómo nos planteamos la educación, la economía, el consumo, nuestra relación con los demás y plantearnos qué queremos seguir alimentando en nuestra familia y alrededor, cómo incorporamos a esta situación el mundo del trabajo empobrecido y especialmente afectado en su precariedad habitual, ahora incrementada; de qué nos queremos desprender, qué queremos dejar marchar de nuestra vida porque ya no nos identificamos con eso y dejar espacio para lo nuevo.

Momento de volver a la esencia, a lo cotidiano sin alardes, a una alimentación a fuego lento y sin envoltorios, a la vida desde el hogar y sin piscinas de bolas, a consumir solo lo necesario desde un nuevo concepto de necesidad, a bailar, a juntarnos en la mesa y a nuestro ratito de sillón, a los pequeños detalles que saben mejor desde la calma, aunque, a veces, sea caótica.

Este tiempo nos está mostrando que sí se puede modificar el sistema de trabajo para poder conciliar, que con un poco de empeño podemos dejar a este planeta respirar, consumiendo los productos que tenemos a mano y aprovechando los recursos que la naturaleza nos da cercanos y de temporada, a hacer y sentirnos comunidad cuidando de las personas que están a nuestro lado, a intentar salvar lo que antes era de usar y tirar.

Se echan en falta muchos abrazos, salir a la calle y respirar sin mascarillas, los reencuentros, la libertad, el contacto con el entorno natural, desde luego…, pero ya que estamos, queremos vivir este tiempo como una vuelta a la ternura del cuidado, de las respuestas o de las preguntas planteadas desde una vida, quizás un poco menos frenética y más sencilla.

Quizá estábamos un poco ávidos de echar el freno y respirar. En cualquier caso, aquí lo tenemos y este puede ser un momento privilegiado. Es Pascua y estamos en primavera. Es otra manera de decir que para quienes aman a Dios, todo es para bien.